Periódico espírita trimestral editado por el “Centro Espírita Entre el cielo y la tierra” Avda. de Madrid nº 29 Local - San Martín de Valdeiglesias (Madrid) - Blog de Espiritismo
lunes, 3 de octubre de 2011
Nadie viene “del Más Allá” para contarnos qué sucede
Es curiosa la cantidad de veces que se llega a oír esta afirmación a lo largo de los tiempos.
Sin embargo, me pregunto el motivo que cada persona puede tener para aseverar de forma tan categórica semejante argumento, si a lo largo de la historia del ser humano, se han encontrado relatos en innumerables obras que versan sobre la comunicación con los espíritus.
¿Por qué, en ese caso, no iban a contar lo que sucede en “el Más Allá”?
Se me ocurren dos opciones por las cuales se realiza esa manifestación: o bien el sujeto en cuestión no tiene interés en saber, por el motivo que sea; o posiblemente, el desconocimiento del asunto le puede llevar a esa conclusión.
No obstante, todo aquel que desee ignorar este tema, puede encontrar algunos textos en libros sagrados y en otros clásicos de sabiduría espiritual, en los cuales se descubre, que las personas que han muerto pueden contar lo que saben y viven “al otro lado”.
Así, por ejemplo, en la Biblia, en el cap. XVI, vs 19 a 31 del Evangelio de San Lucas, se nos habla de la parábola del mal rico y cómo, estando éste en el “infierno”, le pide a Abraham que envíe a Lázaro, que goza en el “cielo” para que avise a su familia y le cuente su lamentable estado a causa de su falta de caridad.
En los Vedas de la India podemos leer cómo en el momento de la muerte pueden aparecer dos tipos de entidades: los sirvientes Srï Visnu, encargados de acompañar al alma que ha sido caritativa hacia el mundo espiritual; y los terribles enviados de Yamaräja, que se llevan por la fuerza el alma del penitente para prepararle en una nueva reencarnación.
El Libro Tibetano de la Vida y de la Muerte, relata la existencia de dos estados después de la desencarnación: el bardo “luminoso” de dharmata y el bardo “kármico” del devenir.
El primero le define como la experiencia del resplandor de la naturaleza de la mente, o “Luz Clara”, que se manifiesta como sonido, color y luz. Pero no todo el que tiene esa vivencia logra realmente “liberarse”.
El segundo se prolonga hasta el momento en que asumimos un nuevo nacimiento.
Este libro, además, relata las vicisitudes por las cuales pasamos, según nuestro grado de evolución moral o desapego de las pasiones.
Allan Kardec, en “El Cielo y El Infierno”, realiza un estudio exhaustivo de los estados denominados como Cielo, Infierno y Purgatorio, narrando en su Segunda Parte, las informaciones recibidas de los propios espíritus a través de la mediumnidad.
Con el estudio comparativo de estas obras, puestas como ejemplo, podemos preguntarnos ¿cómo es posible que teniendo entre ellas diferencias filosóficas tan dispares, puedan coincidir en la descripción de los estados y las situaciones por las que pasamos después de nuestra muerte?
¿Cómo ignorar que todo lo que sucede después de ese hecho depende exclusivamente de nuestra forma de actuar en el periodo de encarnación de nuestras almas?
Que la felicidad al otro lado se cultiva por la capacidad que en éste tengamos para desembarazarnos de nuestro orgullo, de nuestro egoísmo, de todas las pasiones que de ellos se derivan como la envidia, la avaricia, el odio, los celos.
Que la herramienta más útil para llegar a conseguirlo, es tomar la conciencia de nuestros errores, meditar sobre ellos y trabajar para modelarlos, a través de todo el bien que podamos hacer a todos aquellos seres que nos rodean.
Asimilar, también, que el hábito de nuestros actos llevados a cabo durante infinidad de encarnaciones, no se puede vencer de la noche a la mañana, sino que el trabajo será, posiblemente, en otras muchas vidas.
Ana Mª Sobrino
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