viernes, 1 de abril de 2011

La vida que llevamos


¿Quién no se ha hecho alguna vez esta reflexión, o, quién no ha oído a otra persona hacérsela?
¿En cuantas ocasiones, especialmente cuando nos enteramos del contratiempo sufridos por alguien cercano, enfermedad, accidente, no hemos escuchado esas palabras: “Es que, la vida que llevamos...?
¿Alguna vez nos hemos atrevido a rellenar esos puntos suspensivos, o por el contrario, no somos capaces de tomar la decisión de enfrentarnos a ellos?
¿Somos conscientes de la tensión y la rapidez con la que pasamos por esta vida?
Podríamos empezar a rellenar esos puntos suspensivos teniendo conciencia del primer pensamiento al despertase cada nuevo día.
¿Me espabilo con ganas, con alegría, simplemente por el hecho de abrir los ojos, de saber que continuo respirando, que esa simple acción significa que tenemos una nueva oportunidad para aprender, para rectificar, para querer... para ayudar? O, por el contrario, la expresión utilizada es de desprecio, desánimo, apatía.
Según ese primer pensamiento, estamos condicionando las circunstancias que probablemente se nos darán a lo largo de esa jornada.
Si sabemos y comprendemos que todo lo que nos rodea, incluidos nosotros mismos, somos energía, y que como tal, estamos sometidos a las leyes físicas de atracción y repulsión ¿qué nos puede atraer ese primer pensamiento matutino? ¿Ilusión o desgana? Del mismo modo, lo que nosotros estamos irradiando atraerá o rechazará seres del mismo ánimo.
A partir de ahí, la rueda empezará a moverse en esa única dirección, a no ser, que tomemos conciencia de ello y logremos pararla y reanudar una nueva marcha en sentido contrario.
A la vez, nuestro organismo físico se prepara para reaccionar, ante esa corriente que estamos emitiendo y que afecta a cada célula de nuestro ser.
¿Cómo se siente nuestro cuerpo frente a un disgusto? ¿Y frente a una buena noticia?
Si lográramos, de vez en cuando, sólo de vez en cuando, observar la diferencia entre una y otra impresión y cómo nos hace sentir, seguro que optaríamos por mantenernos en la línea donde mejor nos encontráramos.
Por el contrario, las sensaciones desapacibles acaban por dejar huella en nuestra constitución física-psíquica, traduciéndose la mayoría de las veces, en enfermedades y desequilibrios que no nos permiten llevar una vida equilibrada.

Entonces, si logramos diferenciar entre uno y otro estado, ¿qué nos impide elegir aquél que mayor satisfacción nos reporte?
El siguiente punto suspensivo a rellenar es el de averiguar qué está ocurriendo en nuestras vidas que nos hace protestar desde el inicio de cada día. Estoy segura de que aquí se abre un amplio abanico de posibilidades, desde que quisiera dormir un rato más, hasta no deseo despertar porque la vida que llevo me está matando.
Sé la cantidad de momentos críticos a lo largo de esta existencia terrenal que nos hace no querer abrir los ojos, pero ese es un gran error. Siempre hay una salida. Hay que buscarla, claro, pero existe. Y la mayoría de las veces no es cuestión de abrir una puerta, sino de ser críticos con nosotros.
¿Qué es lo que me falta, a mí, personalmente, para salir de donde estoy? ¿Cómo he llegado a esta situación? ¿Realmente es culpa de quienes me rodean? o ¿he sido yo quien ha decidido y me he equivocado de camino? ¿No será que quizá, pretendía cambiar a quien es como es, y no quiere cambiar, y me hace sentir frustrado/a? ¿No será que mi orgullo me ciega haciéndome sentir que la razón es mía y no me permite tener otros ángulos de visión?  O quizás, sea la envidia la que no me deja vivir, pensando en lo que tienen los demás, sin ver más allá de lo material.
Enjuiciamos sin conocimiento, sin saber, realmente, lo que ocurre detrás de la ventana de cada hogar.
Cuántas veces nos preguntamos ¿A quién he ayudado, para pedirle que me ayude ahora? Lo más seguro es que piense que nunca hice daño a nadie para merecerme estar donde estoy, pero ¿hice algún bien?
En el fondo nos sentimos vacíos y no logramos llenar ese hueco profundo y doloroso con todas las cosas materiales que nos rodean.
¿Entonces? ¿No será que nos hemos olvidado de nosotros mismos, de querernos, de valorarnos, de saber cuáles son nuestros límites, de cuál es nuestra capacidad de donar?
Si logramos parar, observar, veremos que la mayoría de esas veces ese desierto interno sólo se llena con una sonrisa y no con una moneda más en nuestro haber, con la gratitud de la persona que sufre y está sola y has sido capaz de aliviar, con los ojos abiertos de quien tiene hambre y frío y recibe un alimento o un vestido.
Llenar nuestro interior de sensaciones bellas y satisfactorias no es tan difícil cuando tomas conciencia de todas las cosas que se pueden hacer.
Y una vez satisfecho, seguro que cada mañana, al despertar verás la vida con mayor agrado.
Ana Mª Sobrino

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