jueves, 26 de diciembre de 2019

Al borde del Sena

Al borde del Sena



Pesaroso se levantó en mitad de la madrugada con una convicción clara. No pasaría de hoy.
Poco a poco fue dejando lo más importante preparado, mientras torpe y nervioso se vestía un tanto desaliñado. Bajó de su casa y dirigió sus pasos calle arriba, dirección al puente Marie. La noche era profunda, lóbrega y oscura. Pocas estrellas se divisaban en lo alto, indolentes ante su angustia.

Mientras caminaba un sinfín de imágenes se le iban apareciendo en la pantalla de su mente: las deudas, los problemas, la pérdida insufrible de su esposa; el dolor sumo de ser. Reflexionaba casi por inercia las tesis materialistas que estaban tan en boga y despreciaba con amargo sarcasmo los ideales religiosos que aprendiera siendo niño.

Sus pasos lo habían llevado hasta el puente Marie. Fin de su objetivo.

Mirando las turbias aguas notó que sus ojos se volvían de la misma sustancia. Y lloró desconsoladamente. Con hiriente amargura. No decidiéndose a dar el último paso. Tentando con sus manos el pretil del puente, ya dispuesto a saltar y dar fin de una vez a sus existencia. «¡Dios, me perdone!» Topó con un bulto.

Como si una ráfaga de aire le suavizara las sienes, sintió curiosidad. Y tomándolo entre las manos vio que era un libro cuya portada así decía: «El Libro de los Espíritus, por Allan Kardec».

Abrió la primera página y en la portadilla había anotado a mano la siguiente inscripción: «Esta obra me salvo la vida. Léala con atención y que le sea de utilidad. A. Laurent.»
Joseph Perrier, que así se llamaba nuestro héroe, sintió un rayo electrizante por todo su cuerpo. «¿Por qué no darle una oportunidad?»

***

Una carta recibida y un paquete sobre el escritorio del insigne profesor. Unas manos firmes desenvolviendo dicho paquete ante la atenta mirada de Gaby, su amante compañera. A la luz de un tenue quinqué se aprecia una lustrosa portada, ricamente encuadernada y con las letras estampadas en color oro. Al abrir la página interior leía: «A mí también me ha salvado. Dios bendiga a las almas que contribuyeron a su publicación» J.Perrier.

El maestro suspiró reconfortado, y lleno de energía sintió que salvar una vida bien merecía toda esta ingente labor.
Jesús Gutiérrez Lucas

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