El tránsito a la vida en espíritu ("Revista Espírita" de 1859)
Sabemos que tenemos un alma inmortal…Que como espíritus errantes tenemos necesidad de encarnación …
Que, igual que nacemos, hemos de morir… y volver a nacer…
¿Pero qué podemos decir del momento en el que dejamos nuestro cuerpo carnal y volvemos a la vida en espíritu?
Hemos oído a algunas personas, que tras haber experimentado un trauma que les llevó a un coma, o durante una sedación por una intervención quirúrgica, nos hablan acerca de un túnel y una luz al final de este, que no llegaron a cruzar… quedándose con el pensamiento de qué es lo que verán en el momento de la muerte y que tendrán que cruzar realmente …
¿Cómo es ese túnel hacia la luz? ¿Será largo, estrecho, cuesta arriba y doloroso?
Muchas personas se preguntan cómo será el tránsito a la vida espiritual. Los que estudiamos espiritismo, asociamos ese túnel con la turbación del espíritu al desprenderse de los lazos de la carne.
Según el artículo de La Revista Espírita de 1859, “Un espíritu que no cree que está desencarnado”, la transición a la vida espiritual y lo que sucede después de ella, tiene que ver mucho conforme a cómo hemos vivido, nuestros apegos y nuestros vicios, y cuánto hallamos trabajado por nuestra reforma interior.
En este artículo, encontramos el relato de un médium vidente, testigo en primera persona, acerca de los diversos estados del espíritu después de su separación del cuerpo.
Era un buen médium psicógrafo, que se ocupaba de las comunicaciones espíritas junto con varias personas, pero poco a poco fue desarrollando también la videncia durante el sueño, y esta facultad se haría extensiva gradualmente.
En el trascurso de un año pasó por el dolor de perder a tres de sus parientes. Uno de ellos su tío, que se le apareció en sueños algún tiempo después de su muerte. Tras una larga conversación le llevó al lugar donde habitaba, diciéndole que era el último grado que conducía a la morada de la felicidad eterna. No le fue permitido dar la descripción de las maravillosas bellezas que observó, que le causaron mucha alegría y felicidad, por temor a que estas influyeran en su imaginación y crearan cosas que no existen.
Su segunda visión fue la de otro de sus parientes desencarnados ese año. Era un hombre amable, virtuoso, buen padre de familia, buen cristiano, y aunque estuvo enfermo durante mucho tiempo, murió casi súbitamente y quizás cuando menos lo esperaba. Su semblante tenía una expresión indefinible, seria, triste y al mismo tiempo feliz. Él le dijo: Expío mis faltas, pero tengo un consuelo, el de ser el protector de mi familia, continúo viviendo junto a mis hijos y mi esposa y les inspiro buenos pensamientos. Orad por mí.
La tercera visión era la más característica; la del tercer pariente. Era un excelente hombre, pero impetuoso, encolerizado, orgulloso con los empleados y, sobretodo, apegado desmedidamente a los bienes de este mundo, además de escéptico, se ocupaba más de esta vida que de la vida futura.
Este médium nos cuenta: Algún tiempo después de su muerte, vino a la noche y se puso a sacudir las cortinas con impaciencia, como para despertarme. Cuando le pregunté si era realmente él, me respondió: - Si, vine a buscarte porque eres la única persona que puede contestarme. Mi mujer y mis hijos partieron hacia Orleáns, quise seguirlos, pero nadie quiere obedecerme. Le dije a (Pierre) que hiciera mis maletas, pero él no me escucha; nadie me presta atención. Si tú pudieses venir a atar los caballos a otro carruaje y hacer mis maletas, me harías un gran favor, porque así podría ir a encontrarme con mi mujer y mis hijos a Orleáns. - ¿Pero no puedes hacerlo tú mismo? – No, porque no consigo levantar nada; desde el sueño que experimenté durante mi enfermedad, me encuentro muy cambiado, ya no sé más donde estoy; es una pesadilla. – ¿De dónde vienes? – de B… - ¿Del castillo? - ¡No!, me respondió con un grito de horror, llevando la mano a la frente, ¡Vengo del cementerio! – Después de un gesto de desesperación, agregó: - Querido amigo mío, ¡dile a todos mis parientes que oren por mí, porque soy muy desdichado! – después de estas palabras huyó y lo perdí de vista. Cuando vino a buscarme y a sacudir las cortinas con impaciencia, su semblante mostraba un desvarío asustador. Cuando le pregunté cómo había hecho para mover las cortinas, - justo él que decía que no conseguía levantar nada-, me contestó bruscamente: ¡Con un soplo!
Esta última aparición es muy notable por la ilusión que lleva a ciertos Espíritus a creerse que aún están encarnados, y porque en este caso esa ilusión se había prolongado mucho más tiempo que en casos análogos. También hay experiencias de procesos que han durado mucho más. Lo más normal es que dure algunos días.
Esta situación tiene los mismos matices que se observan comúnmente. Él ve todo como si estuviera aún encarnado, quiere hablar y se sorprende al no ser escuchado, hace o cree hacer lo que haría si aún no hubiera dejado el cuerpo.
La existencia del periespíritu está aquí demostrada notablemente, haciendo abstracción de la visión. Puesto que cree que está encarnado, él se ve, pues en un cuerpo semejante al que dejó y ese cuerpo actúa como lo habría hecho el otro. Cree que es denso y material como el primero y se espanta al no poder levantar, ni coger nada. Se encuentra extraño, percibe su situación como si fuera una pesadilla, toma la muerte por un sueño. Esto se debe a que se encuentra en un estado mixto, entre la vida corporal y la vida espiritual, estado siempre penoso y lleno de ansiedad, ligándose a la una y a la otra.
Como ya hemos comentado en muchas ocasiones, es lo que sucede de un modo más o menos constante en las muertes instantáneas, tales como el suicidio, la apoplejía, los accidentes laborales o de tráfico, las peleas, las guerras …
Sabemos que la separación entre el cuerpo y el periespíritu, se opera de una forma gradual y no de forma brusca. Empieza antes de la muerte del cuerpo, cuando las fuerzas vitales se extinguen bien de forma natural por la edad o por enfermedad.
Sobretodo, en aquellos que presienten su fin aún encarnados, y que se identifican por el pensamiento con la existencia futura, de tal modo que, en el instante del último suspiro, la separación es más o menos completa.
Mientras exista un lazo entre el cuerpo y el periespíritu, este se encontrará en turbación, y si entra bruscamente en el mundo de los espíritus, ha de sentir un sobresalto que no le permitirá reconocer de inmediato su nueva situación.
Esto sucede a menudo, cuando la muerte sorprende a un cuerpo lleno de vida, la separación solo comienza en ese momento, y no acaba sino poco a poco.
Además de las circunstancias de muerte violenta, hay otras que vuelven más tenaces los lazos entre el cuerpo y el espíritu, porque la ilusión de la que hablamos se observa igualmente en casos de muerte natural, es cuando el individuo vivió más la vida material que la vida moral. Se concibe que su apego a la materia lo retenga aún después de la muerte, prolongando así la idea de que nada ha cambiado para él. Como es el caso de la persona que acabamos de comentar, el tercer pariente.
Encontramos una diferencia muy notable entre la situación de esta persona y la del segundo pariente: uno quiere todavía dar órdenes, cree que necesita sus maletas, sus caballos, su carruaje, para ir al encuentro de su esposa, aún no sabe que como espíritu puede hacerlo instantáneamente, o, mejor dicho, su periespíritu es aún tan material que cree que está sometido a todas las necesidades del cuerpo. El otro, que ha vivido la vida moral, que tenía sentimientos religiosos, que se ha identificado con la vida futura – aunque sorprendido de un modo más repentino que el primero – ya está desprendido, dice que vive junto con su familia, pero ya sabe que es un espíritu, habla a su esposa y a sus hijos, pero sabe que lo hace a través del pensamiento. Ya no tiene ilusiones, mientras que el otro se encuentra en turbación y angustiado. De tal modo tiene el sentimiento de la vida real, que vió partir hacia otra ciudad a su mujer y a sus hijos.
Notemos una palabra de su parte que bien describe su posición. A esta pregunta: “¿De dónde vienes?” respondió primero, indicando el lugar donde él vivía; después a esta otra pregunta: “¿Del castillo?” contestó con espanto: “¡No!, vengo del cementerio”. Esto prueba una cosa; que al no ser completo su desprendimiento, existía aún algún tipo de atracción entre el cuerpo y el espíritu, al contestar que venía del cementerio; pero en este momento parece que empezó a comprender la verdad. La misma pregunta parece haberlo puesto en camino, llamando la atención a sus restos mortales, pronunciando esa frase con espanto y terror.
Notemos las tres historias…
El primero, podemos decir que era dichoso, ¡En la última morada antes de ser un espíritu completamente feliz…!
Entendemos que anhelaba la vida espiritual, lejos de ser materialista y apegado a las cosas terrenales… conocedor de Dios y de sus obras.
Por tanto, caritativo y servicial, que se daba a los demás, con una moral alta y trabajada, tanto como su egoísmo y su orgullo, sin vicios y gran trabajador en el bien.
El segundo, era un hombre amable, virtuoso, buen padre de familia, buen cristiano…Como creyente en Dios, sabía de la vida espiritual antes de dejar su cuerpo carnal. No era perfecto, pero trabajaba por ser mejor.
El tercer pariente: Era un buen hombre en el fondo, pero muy impetuoso, siempre encolerizado, orgulloso con los empleados y, sobre todo apegado desmedidamente a los bienes de este mundo, además de escéptico.
Es por eso que la turbación será diferente, dependiendo de lo apegados a la materia que estemos o no, llegado ese momento.
Algo digno de destacar es la necesidad de que se ore por ellos. Aquí podemos practicar la caridad por los que sufren y se encuentran perturbados, fluidos consoladores que les pueden ayudar a darse cuenta de su estado y que puedan despojarse de la carne y la materia que les tiene apegados.
La materia no es solo las cosas materiales. También lo es el apego a las personas, al poder, a una posición encumbrada, a querer destacar, querer ser como los líderes de la política, el deporte o la canción, empeñando todos nuestros esfuerzos en ello.
Ejemplos de esta naturaleza son muy frecuentes, y alguno de los más impactantes son: El suicida de la samaritana, que queda descrito en el número de junio de la "Revista Espirita" de 1858. La experiencia y vivencias del espíritu Alfonso en “Crónica de un despertar” el cual estuvo en turbación por varios años, apegado a su cuerpo en descomposición, y notando como era roído por los gusanos, al igual que el anterior. No se trataba de un recuerdo del espíritu, sino de una vivencia dolorosa, ya que cuando estaban encarnados no habían sido comidos por los gusanos. Era un sentimiento actual, una repercusión entre el cuerpo en descomposición y aún unido por los lazos periespirituales, a través de la comunicación fluídica que aún existía entre ellos. Esta comunicación no siempre se traduce de la misma manera, pero si es más o menos penosa, para aquellos que cuando encarnados se identifican demasiado con la materia.
¡Qué diferencia con la calma, con la serenidad y con la suave quietud de los que mueren sin remordimientos –con la conciencia tranquila por haber empleado bien el tiempo de su permanencia en este mundo, y de los que no se dejan dominar por sus pasiones! Quienes trabajan día a día por mejorar su moral, quienes son desprendidos y utilizan sus bienes materiales a favor de los demás, los que intentan dominar el orgullo y el egoísmo, quienes son conscientes que a la vida espiritual solo nos llevamos todo lo que hayamos dado y hecho por los demás, y no las posesiones materiales.
De todo lo que aprendamos, la parte que más nos interesa es llevarlo a la práctica. La caridad nos aleja del materialismo. Si trabajamos por los demás, seremos menos egoístas. Con el trabajo en el bien nos trabajamos el orgullo, uno de nuestros mayores enemigos. De esa manera observamos la ley de justicia amor y caridad, teniendo en mente la verdadera vida, la espiritual, y nuestros desprendimientos futuros, tras la muerte del cuerpo serán liberadores agradables y muy anhelados, pues la vida espiritual es la vida que lo es realmente.
Estas son las enseñanzas que nos muestran las comunicaciones del más allá, cuyos aspectos varían al infinito, y de los cuales cada uno puede extraer la enseñanza que le sea más útil, porque hayamos ejemplos aprovechables, si nos damos al trabajo de consultarlos.
Un espejo donde se puede mirar todo aquel que no se deje cegar por el orgullo, el materialismo, el egoísmo y la vanidad, donde aparecen ejemplos y experiencias que nos enseñan.… Y las consecuencias que han tenido en sus vidas las actitudes acciones errores y forma de vida, de los que ya desencarnaron y han pasado por estas etapas, y mirar si nuestra vida se parece o no a la de ellos.
¡Un espejo para mirarnos a nosotros mismos!! …Y reflexionar…
Javier Campos
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"