La evolución del alma
Cada nueva encarnación nos permite adquirir a nivel físico la herencia de nuestros padres, sumándola a nuestras conquistas fisiopsicosomáticas de existencias pasadas almacenadas en nuestro periespíritu, preparándonos para nuevas metas evolutivas.
El espíritu se va abriendo camino en la evolución gracias a las experiencias adquiridas en el cuerpo físico, a través del periespíritu, como mediador energético entre espíritu y la materia.
Gabriel Delanne, nos dice en su libro “La evolución anímica”: “Todos los cambios que se observan en la Naturaleza no tienen sino un objeto: el progreso del Espíritu”.
La Ley de Progreso, explicada en “El Libro de los Espíritus” cap. VIII, nos ayuda a comprender que no existe la casualidad en la evolución del espíritu. La inteligencia y la moral evolucionan al principio con ritmos diferentes y el cuerpo físico, en cada encarnación, incorpora los elementos necesarios para continuar evolucionando gracias s los mecanismos de adaptación dirigidos y proyectados desde el plano extrafísico, siempre en armonía con la Ley Natural y para el bien de todas las criaturas en cumplimiento de “la gran Ley de Unidad que rige la Creación”.
En la Creación nada permanece estático, todo evoluciona, tanto lo material proveniente del Principio Material o Fluido Cósmico Universal, como lo espiritual, proveniente del Principio Inteligente que anima a su vez todas las creaciones de acuerdo a sus posibilidades evolutivas.
La atracción es la expresión del Principio Inteligente en el reino mineral, la sensación en el reino vegetal, el instinto en el reino animal, el razonamiento en el ser humano y lo divino en ser evolucionado hasta la perfección (ver apartado “Automatismo y herencia” en libro “Evolución en dos mundos”, Chico Xavier). En el vegetal, el Principio Inteligente aprende a desarrollar los instintos, en el animal, desarrolla su inteligencia de camino a alcanzar la razón, en el hombre continua en busca de lo divino a través del desarrollo de sentimientos elevados y en el ser superior, ¿quién sabe dónde detendrá su evolución en la inmensidad del infinito en plena unión con el Creador?
La inteligencia, el instinto y el sentimiento de los animales y los del ser humano comparten la misma naturaleza, diferenciándose únicamente en el grado de desarrollo y su alcance, pero con la misma esencia.
En su libro “La evolución anímica”, Gabriel Delanne dice: “la naturaleza pensante de uno y del otro es del mismo orden y no difieren en esencia, sino en grado de manifestación, y esto es, precisamente, lo que evidencian ciertas facultades de los animales, tales como la atención, el juicio, el raciocinio, la asociación de ideas, la memoria y la imaginación” (Pág. 59). Además, demuestra también "que los sentimientos morales, tales como el remordimiento, el sentido moral, la noción de lo justo y de lo injusto, etcétera, se hallan en germen en todos los animales” (Pág. 70).
Basados en la Ley Natural, los instintos, predominan en las etapas primitivas de la evolución de la humanidad por encima de la inteligencia, la cual vamos desarrollando gracias a la adquisición de nuevas experiencias, vida tras vida, reencarnación tras reencarnación, mejorando las aptitudes intelectuales y doblegando los instintos con ellas. Instintos que en su origen son buenos y nos llevan seguros por el camino evolutivo hasta el despertar de nuestra conciencia e inteligencia, necesarios para volvernos responsables de nosotros mismos y de nuestros actos. Instintos que se pueden desvirtuar, modificados por la inteligencia en desarrollo, en ausencia de la moral, a través del abuso, dando origen a nuestras pasiones. Por eso los instintos, como el de conservación, son comunes a todo ser humano, pero no sus pasiones, las cuales hemos ido alimentando en base a nuestras decisiones pretéritas, que nos acompañarán en el transcurso de muchas vidas hasta que podamos superarlos con el desarrollo de la moralidad. El ego, y su expresión el egoísmo, originado desde el instinto de conservación, aparece en paralelo a la inteligencia de la cual se alimenta, pero se desarrolla en función del camino que tomemos con nuestras elecciones y sus consecuentes experiencias. El sentimiento de separación, el orgullo, determinará en gran medida el desarrollo del ego, estableciendo el círculo bajo su protección. Todo ello de una forma natural salvo cuando la inteligencia, sin la supervisión de la moral, considere únicamente la realidad material sin connotaciones espirituales que la clarifiquen y alejen del error.
Por ello, en los animales, todavía carentes de una inteligencia completamente despierta, se pueden ver los instintos en estado más puro, con menos distorsiones y normalmente alejados de las pasiones. Vemos en ellos actos de amor, dedicación y renuncia que muestran el germen de su humanidad y demuestra, todo ello, la necesidad de un plan superior y elevado que le dé sentido a su existencia, muy por encima de la simple creencia de están aquí a nuestra disposición solo para servirnos.
El proceso de creación de los espíritus está todavía muy lejos de las posibilidades de nuestro entendimiento y solo podemos aproximarnos a comprenderlo, a grandes rasgos, observando y estudiando las Leyes Naturales y el Principio Inteligente en sus distintas formas de manifestación, evolucionando a través de los tres reinos, antes de mostrarse como una inteligencia humana, con plena conciencia de sí misma.
La ciencia espírita nos aporta del conocimiento sobre el periespíritu, el cual nos ayudará en la tarea de comprender el proceso material y espiritual de la creación del espíritu.
El Principio Inteligente, evolucionando a través de los tres reinos, va conformando el periespíritu como cuerpo espiritual que vincula el espíritu con el cuerpo físico, transmitiendo la experiencia física al espíritu para su aprendizaje y albergando todos los componentes energéticos y funcionales necesarios para la vida física y espiritual, incluyendo los aspectos relativos a la mente como la memoria, las emociones y los sentimientos, en función de las aptitudes alcanzadas en cada etapa evolutiva.
El periespíritu reorganiza a nivel celular el cuerpo físico y es el vehículo de toda sensación e información que le llega al principio inteligente a través de las múltiples encarnaciones en el mundo físico en un proceso de individualización progresiva hasta conformarse como único en el universo e indivisible, alcanzando a la par el reino hominal, la conciencia de sí mismo y la responsabilidad de sus actos frente a la vida, otorgándosele en ese momento la chispa divina o Principio Divino (ver capítulo III de “Evolución en dos mundos” de Chico Xavier) y empezando una nueva etapa de responsabilidad y libre albedrío, donde el sentido moral, la conciencia de sí mismo y la búsqueda de las facultades espirituales serán su más alto objetivo en la lucha de sí mismo en la nueva etapa en camino hacia siguiente reino, el angélico.
“El Libro de los Espíritus”, preg. 115, nos dice que los espíritus son creados simples e ignorantes, es decir, carentes de ciencia, por lo que todos en un principio tenemos idéntica aptitud para progresar individualmente sin recibir privilegios o dones especiales que nos diferencien a unos de otros. Siendo todos hijos del mismo Creador, se establece, por tanto, la universalidad de la igualdad y la necesaria fraternidad entre todos los seres, sea cual fuere su estado evolutivo puesto que todos a la vez somos herederos de la Creación.
Todo ello, muestra a su vez, la gran bondad y grandiosidad del Plan Divino que ha sido preparado para nosotros y todas las criaturas a la vez, a través de “la gran Ley de Unidad que rige la Creación” (capítulo XI, ítem 23) con base en el Amor, verdadera esencia del Creador.
José Ignacio Modamio
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra”
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