El bien y el mal
Para poderlo explicar comenzaremos remitiéndonos al libro, "El Génesis", capítulo III, de Allan Kardec: "El origen del bien y del mal."
Dios es el principio de todo, y ese principio es una trilogía de cualidades: sabiduría, bondad y justicia. Por lo tanto, todo lo que de Él emane, debe estar impregnado de esos atributos. Siendo sabio, justo y bueno no puede producir nada irracional, malo o injusto. El mal que vemos no se ha originado en Él.
En "El Evangelio según el Espiritismo", se nos dice… Dios estableció leyes llenas de sabiduría, cuya sola finalidad es el bien. El hombre encuentra dentro de sí todo lo que necesita para seguirlas, su conciencia le traza el camino, la ley divina está grabada en su alma y, además, Dios nos trae a la memoria sin cesar, enviándonos mesías y profetas, espíritus encarnados que han recibido la misión de iluminar, moralizar y mejorar al hombre y, últimamente, una multitud de espíritus desencarnados que se manifiestan en todos los ámbitos. Si el hombre actuase conforme a las leyes divinas, evitaría los males más agudos y viviría feliz sobre la Tierra. Si no lo hace, es en virtud de su libre albedrío, y por eso sufre las consecuencias que merece.
Pero Dios, todo bondad, colocó el remedio al lado del mal, es decir, que del mismo mal hace nacer el bien. Llega el instante en que el exceso de mal moral se vuelve intolerable y el hombre siente la necesidad de cambiar. Aleccionado por la experiencia intenta encontrar un remedio en el bien, siempre de acuerdo con su libre albedrío, pues cuando penetra en un camino mejor es por su voluntad y porque ha reconocido los inconvenientes del otro que seguía. La necesidad le obliga a mejorar moralmente para ser más feliz, como esa misma necesidad le induce a mejorar las condiciones materiales de su existencia.
En "El libro de los Espíritus", se nos dice: Dios deja que el hombre elija el camino. Tanto peor para él si toma el del mal, pues su peregrinaje será más largo. Si no hubiese montañas, el hombre no comprendería que se puede ascender y descender; si no hubiese rocas, no comprendería que existen cuerpos duros. Es preciso que el espíritu adquiera experiencia, y para eso necesita conocer el bien y el mal. Por esa razón existe la unión del espíritu con el cuerpo.
Las circunstancias dan al bien y al mal una gravedad relativa. El hombre suele cometer faltas que son el resultado de la posición en que lo colocó la sociedad, aunque no por eso son menos reprensibles. No obstante, su responsabilidad se corresponde con los medios que posee de comprender el bien y el mal. Por consiguiente, el hombre instruido que comete una simple injusticia es más culpable ante Dios que el ignorante que se entrega a sus instintos.
El mal recae sobre el que lo ha causado. Así, el hombre que es conducido al mal por la posición en que sus semejantes lo han puesto, es menos culpable que estos últimos, que han sido la causa de ese mal. Cada uno será penado, no solo por el mal que haya hecho, sino por el que haya provocado. Sacar provecho del mal es participar de él. Tal vez haya retrocedido ante la acción, pero si al encontrarla realizada la utiliza, es porque la aprueba y porque la habría realizado él mismo si hubiese podido o si se hubiese atrevido.
En "El Libro de los Espíritus", hay una pregunta que me parece muy importante, la 642, sobre todo en la última frase de la respuesta. “¿Alcanza con no hacer el mal para ser grato a Dios y asegurarse una posición en al porvenir?” Y nos dicen. “No. Es necesario hacer el bien hasta el límite de las propias fuerzas, pues cada uno responderá de todo el mal que haya resultado A CAUSA DEL BIEN QUE NO REALIZÓ.”
También nos dicen... “El mérito del bien está en la dificultad. No hay mérito si se hace el bien sin esfuerzo y cuando no cuesta nada. Dios toma más en cuenta al pobre que comparte su único pedazo de pan, que al rico que solo da lo que le sobra”. Al estar en contacto todos los días con otras personas tenemos la oportunidad de hacer el bien, cada día de nuestra vida, a no ser que estemos cegados por el egoísmo. Me acuerdo de lo que se dijo en una clase, en el centro espírita: no solamente se hace el bien siendo caritativo, sino siendo útil, en la medida de nuestras posibilidades, cada vez que nuestra ayuda sea necesaria.
El hombre progresa, y los males a los que se halla expuesto estimulan el ejercicio de su inteligencia y de sus facultades psíquicas y morales, incitándolo a la búsqueda de medios para sustraerse a las calamidades. Si no temiese a nada, ninguna necesidad le empujaría a la investigación, su espíritu se entorpecería en la inactividad y no inventaría ni descubriría nada. Es sabido que muchas veces aprendemos, como se suele decir “a base de golpes” y pienso que es verdad, como yo digo… “Si es que no vemos el peligro” y al respecto nos dicen, el dolor es como un aguijón que impulsa al hombre hacia adelante por la vía del progreso.
Pero los males más numerosos son los que el hombre crea llevado por sus vicios, los cuales se originan en su orgullo, su egoísmo, su ambición, los que nacen de todos los excesos, son causa de las guerras y de todas las calamidades que ellas acarrean: injusticias y opresión del débil por el fuerte, así como la mayor parte de las enfermedades. Donde el bien no existe allí forzosamente reina el mal. No hacer el mal es ya el comienzo del bien. Dios solo desea el bien, el mal proviene exclusivamente del hombre. Si existiese en la creación un ser encargado del mal, nadie podría evitarlo. Pero la causa del mal está en el hombre mismo y, como ese posee el libre albedrío y la guía de las leyes divinas, lo podrá evitar cuando así lo desee.
Para que nos quede un poco más claro, nos dan un ejemplo simple. Un propietario sabe que en su campo hay un lugar lleno de peligros y quien en él se aventure podrá resultar herido o incluso morir. ¿Qué hace, pues, para evitar posibles accidentes? Coloca cerca del sitio un cartel con la prohibición escrita de no entrar en él, en razón del peligro existente. La advertencia es sabia y previsora. Pero, si pese al aviso, un imprudente hace caso omiso de la advertencia y entra, sucediéndole alguna desgracia, ¿a quién va a culpar si no es así mismo?
Lo mismo sucede con respecto al mal: el hombre lo evitaría si respetase las leyes divinas. Por ejemplo: Dios puso un límite para la satisfacción de las necesidades. La saciedad le advierte, más si a pesar de ella el hombre pasa el límite, lo hace voluntariamente. Las enfermedades y la muerte que podrían acaecerla son producto de su imprevisión y no un hecho que pueda ser atribuido a Dios.
¿Quién de nosotros no ha sido educado en valores de bien y mal, de correcto e incorrecto, de blanco o negro? La educación es la clave, que tenemos que tener en cuenta a la hora de transmitirles estas enseñanzas a nuestros hijos. Sabemos que los niños a partir de los 7 – 8 años, se empieza a despertar en ellos el sentido moral infantil, el espíritu a partir de esa edad comienza a tomar conciencia de lo que lleva en su ser y va aflorando en él. A partir de ese momento, comienza a sopesar y analizar los motivos y las consecuencias de sus acciones. Saber cómo distinguir entre el bien y el mal, nos lleva a diferenciar que es lo bueno y que es lo malo y actuar en consecuencia. También desarrollan la capacidad de considerar varias alternativas para resolver un problema y la capacidad de mirar las cosas desde el punto de vista del compañero o del amigo. A partir de esa edad se produce un gran desarrollo en el sentido moral de los niños y niñas debido a varios factores: Por el desarrollo de su inteligencia, por el creciente poder de interiorización, es decir, de asimilación de lo que ve y se le dice, por el gran número de oportunidades de participación, son mucho más independientes y autónomos.
Para enseñar a los niños a reflexionar entre el bien y el mal, debemos empezar por enseñarles el equilibrio que existe entre el valor de la generosidad y la justicia. Explicarles lo que es justo e injusto y el porqué, enseñarles a pedir perdón y a rectificar, a ponerse en el lugar del otro, dar las gracias cuando se nos ayuda, etc. Para fomentar el crecimiento personal del niño, como sujeto que piensa, siente, decide y actúa libremente. Yo tuve la bendición de tener unos padres que me inculcaron estos valores, los cuales, tengo que decir, me han servido y me sirven, en el transcurso de mi vida.
Pienso que es necesario, como grupo social que somos y como comunidad, poseamos un código ético que defina de la mejor manera posible lo que todos consideramos bueno o malo. Solo así resulta posible vivir en sociedad pacíficamente. Si no hay una unanimidad mayoritaria acerca de lo que es el bien y el mal, nos encontraríamos en una situación en la que no sabríamos que esperar de las situaciones ni tampoco como valorarlas.
Lo que nosotros llamamos mal, no es más que la ausencia del bien. No estoy sugiriendo que no existe el mal en el mundo, lo que quiero decir es que no existe por sí mismo, así como con la luz y la oscuridad. La luz existe y se puede demostrar, como también puede ser medida y ser creada artificialmente. Sin embargo la oscuridad no existe. La oscuridad es lo que ocurre cuando no hay luz. La ausencia de cosas “buenas” siempre crea cosas “malas”.
Veamos ahora que opinaban, del bien y del mal, estos antepasados nuestros, como Platón, Aristóteles, Sócrates, San Agustín, Santo Tomás de Aquino.
- Platón nos dice, que el bien es la idea suprema y que el mal es la ignorancia.
- San Agustín pasó gran parte de su vida cuestionándose sobre la existencia del mal, hasta que leyó a Platón y a San Pablo y se pudo convencer que el mal no existe, que no es en sí, no tiene ser, el mal es la ausencia del bien.
- Aristóteles considera una acción buena aquella que conduce al logro del bien del hombre, o a su fin, por lo tanto, toda acción que se oponga a ella será mala. Para Aristóteles, la bondad es un atributo trascendental del ser.
- Sócrates identificaba a la bondad con la virtud moral y a esta con el saber. La virtud es inherente al hombre que es virtuoso por naturaleza y los valores éticos son constantes, por lo tanto, el mal es el resultado de la falta de conocimiento.
- Santo Tomas de Aquino, con respecto a la existencia del mal, nos dice que al crear el universo, Dios no deseó los males que contiene, porque no puede lo que se opone a su bondad infinita. Nos sigue diciendo que el mal no fue creado, el mal es una privación de lo que en sí mismo como ser, es bueno; y el mal, como tal, no es querido tampoco por el hombre, porque el objeto de la voluntad humana es necesariamente el bien.
Si observamos lo que ocurre en el mundo, podemos ver todos los días hechos de violencia, agresividad, muerte y destrucción. Es difícil creer que no existe la maldad en forma absoluta.
Dios permite en razón de un bien mayor, que el hombre sea libre y pueda amarlo y servirlo por propia elección. No quiso el mal físico por si mismo sino en provecho de la perfección del universo.
Lorenzo
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra “