domingo, 28 de abril de 2019

Teoría de las manifestaciones físicas

Teoría de las manifestaciones físicas


¿Qué son? Las manifestaciones físicas son aquellas que se traducen en fenómenos materiales tales como ruidos, movimientos, desplazamiento de objetos, materializaciones, etc.

Para que se produzcan hay que tener en cuenta la relación de los espíritus con nuestra alma o espíritus encarnados.

La idea que se forma de la naturaleza de los espíritus hace incomprensible los fenómenos físicos, ya que se piensa que son inmateriales y por tanto, no pueden obrar sobre la materia.

Sin embargo, al preguntarles ¿es exacto expresar que los Espíritus son inmateriales? ellos responden:
– ¿Cómo se podría definir algo cuando se carece de términos de comparación, y con un lenguaje insuficiente? Un ciego de nacimiento ¿puede acaso definir la luz? “Inmaterial” no es la palabra. “Incorpóreo” sería más exacto, porque se debe comprender bien que, siendo el espíritu una creación, debe ser algo. Es una materia quintaesenciada, pero sin analogía para vosotros, y tan etérea que no puede ser percibida por vuestros sentidos.

Por lo tanto, habrá en nosotros dos especies de materia: una grosera, que constituye la envoltura exterior o cuerpo y la otra sutil e indestructible, alma, espíritu…

La muerte es la disgregación de la primera, de aquella que el alma abandona; la otra que nosotros denominamos periespíritu, se desprende y sigue al alma que, de esta manera, se encuentra siempre teniendo una envoltura. El periespíritu es el intermediario de todas las sensaciones que percibe el espíritu, aquel por el cual el espíritu transmite su voluntad al exterior y obra sobre los órganos.
Sus propiedades son:

- Expansión y flexibilidad. Se adapta a la voluntad del Espíritu y bajo la influencia de su pensamiento puede darle la apariencia que desee.

- Absorción. Consigue asimilar sustancias materiales finas, fluídicas, que le ofrecen ciertas sensaciones temporalmente, y es por este motivo, por el cual determinadas entidades desencarnadas en un estado grosero de evolución, pueden llegar a exigir a quienes se encuentran en su tenor vibracional la toma de determinadas sustancias, comidas….absorbiendo dichos fluidos, incluso del plasma sanguíneo o vital por medio de los cuales puede experimentar los placeres que sentía estando encarnado. Esta es  la base del mecanismo, a través de la cual actúan los obsesores sobre sus víctimas.

-  Penetrabilidad. A través de esta propiedad puede atravesar cualquier elemento material, pudiendo penetrar en lugares herméticamente cerrados.

- Irradiación. El periespíritu no se encuentra cerrado en los límites del cuerpo, forma una atmósfera a su alrededor producto de sus pensamientos y voluntad.

Por todas estas características, esta materia etérea de la que se compone el periespíritu puede sufrir tal modificación, que el propio espíritu puede hacerla pasar por una especie de condensación que la vuelva perceptible a los ojos del cuerpo, pero también su sutileza le permite atravesar los cuerpos sólidos; he aquí por qué estas apariciones no encuentran obstáculos, y por qué se desvanecen frecuentemente a través de las paredes. La condensación puede llegar al punto de producir resistencia y tangibilidad; es el caso de las manos que se ven y se tocan; pero esta solidificación de la materia etérea, al no estar en su estado normal, es temporal o accidental. He aquí por qué esas apariciones tangibles, en un momento dado, se nos escapan como una sombra.

En las manifestaciones de apariciones de mano, al ser palpable, la mano aparente ofrece una resistencia; ejerce una presión y deja marcas; opera una tracción en los objetos que agarramos; por lo tanto, hay en ella una fuerza.

Al principio, notamos que esta mano obedece a una inteligencia, puesto que obra espontáneamente, da signos inequívocos de voluntad y obedece al pensamiento; por lo tanto, pertenece a un ser completo que no nos muestra sino esa parte de sí mismo, y lo que lo prueba es que produce impresiones con las partes invisibles, al dejar marcas sobre la piel o al hacer sentir dolor.

¿Cómo puede un espíritu aparecer con la solidez de un cuerpo vivo?

En el estado normal, la materia etérea del periespíritu escapa a la percepción de nuestros órganos; únicamente el alma puede verla, ya sea en sueños, en sonambulismo o incluso en somnolencia. En una palabra, todas las veces en que hay una suspensión total o parcial de la actividad de los sentidos. Cuando el espíritu está encarnado, la sustancia del periespíritu se encuentra más o menos ligada íntimamente a la materia corpórea, más o menos adherida, si podemos expresarnos así. En ciertas personas hay una especie de emanación de ese fluido como consecuencia de su organismo, y éstos son –propiamente hablando– los médiums de efectos físicos. Este fluido emanado del cuerpo se combina con el que forma la envoltura semimaterial del Espíritu extraño. De esto resulta una modificación, una especie de reacción molecular que momentáneamente cambia las propiedades, al punto de volverlo visible y, en algunos casos, tangible. Este efecto puede producirse con o sin la colaboración de la voluntad del médium; es esto lo que distingue a los médiums naturales de los médiums facultativos. La emisión del fluido puede ser más o menos abundante: de ahí los médiums más o menos potentes; de manera alguna dicha emisión es permanente, lo que explica la intermitencia de la fuerza. En fin, si se tiene en cuenta el grado de afinidad que puede existir entre el fluido del médium y el de tal o cual espíritu, se ha de comprender que su acción puede ejercerse sobre unos y no sobre otros.

¿Son los espíritus solidificados los que levantan una mesa?

Cuando un objeto es puesto en movimiento, levantado o arrojado al aire, no es que el espíritu lo aferre, lo empuje o lo levante, como nosotros lo haríamos con la mano. Él lo satura –por así decirlo– de su fluido por su combinación con el del médium, y el objeto, así momentáneamente vivificado, actúa como lo haría un ser vivo, con la diferencia que, no teniendo voluntad propia, sigue el impulso de la voluntad del Espíritu, y esta voluntad puede ser la del Espíritu del médium, como también la de un Espíritu extraño, y algunas veces la de ambos, obrando de común acuerdo, según sean o no simpáticos.

Esta teoría de las manifestaciones físicas ofrece lo siguientes puntos:

- El fluido universal –en el cual reside el principio de la vida- es el agente principal de esas manifestaciones.

- Este agente recibe su impulso del espíritu, ya sea encarnado o errante.

- Ese fluido condensado constituye el periespíritu o envoltura semimaterial del Espíritu.

- En el estado de encarnación, ese periespíritu está unido a la materia del cuerpo; en el estado de erraticidad, está libre.

- Puesto que el fluido vital, impulsado en cierto modo por el espíritu, da una vida ficticia y momentánea a los cuerpos inertes, y que el periespíritu no es otra cosa sino este mismo fluido vital, se deduce de ello que cuando el Espíritu está encarnado, es él que da la vida al cuerpo por medio de su periespíritu, permaneciendo unido tanto como el organismo lo permita; cuando se retira, el cuerpo muere.

¡Cuántos fenómenos inexplicados pueden quedar aclarados a través de esta teoría de la filosofía espírita!

Ana Mª Sobrino
Bibliografía: Revista Espírita; Libro de los Espíritus y Libro de los Médiums.

viernes, 19 de abril de 2019

Nuevo periódico "El Ángel del Bien" - Abril 2019

Nuevo periódico "El Ángel del Bien" - Abril 2019



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Abril 2019

Un faro en la oscuridad

Un faro en la oscuridad



Todos los tiempos han tenido su código moral de conducta. El ser humano dejado de la mano, abandonado a sus caprichos sensuales, no hace más que fomentar la vida de la materia, cultivando muy poco la que le es más cara y verdadera: la del espíritu. ¡Es tan corto e imprevisible el lapso de tiempo que la vida nos tiene ligados a nuestro cuerpo! ¡Es tanta la alucinación en que vivimos, como si nunca fuéramos a morir! Nuestra época anda a tientas. No creyendo en nada, ya cree saberlo todo. Y qué pobre amparo es el orgullo ante la angustia de la nada. «Espíritus fuertes» así son menciona dos en la codificación.

Son muchos los espíritus que desencarnados nos comentan que siguen viviendo en su estado mental anterior, como esclavos de sus propias rutinas e ideas, sin ser conscientes de dónde se encuentran. Esta alucinación empieza en la vida terrena, ¿no estamos acaso desprevenidos muchas veces?
Cuando nos asolan reveses que no comprendemos, cuando una y otra vez un muro infranqueable parece levantarse ante nuestras metas, ¿no estaremos acaso errando el camino? ¿Se abre un sano lapso a la meditación o dejamos que sea la cólera, la rabia, el resentimiento disfrazado de múltiples emociones menos espinosas quienes nos comande?

No nace el ser humano enseñado, necesita aprender para ganar pericia. No solo el conocimiento de las reglas de un oficio te hacen buen artesano, sino la constante dedicación a su perfeccionamiento. ¿Hacemos lo propio con nuestro espíritu? ¿Somos conscientes de lo importante que es para nosotros? ¡Fuera de aquí toda ostentación! Vade retro Satana! Hacemos para nosotros, «mi soliloquio es plática con este buen amigo que me enseñó el secreto de la filantropía» (1); como diría el poeta, y ese segundo verso se alcanza una vez logrado el primero, de modo natural, y no al revés.

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¿Por qué estoy en el espiritismo? Para aprender. ¿Qué tengo que aprender? Las cosas propias del día a día; vislumbrar el fanal de luz que en la oscuridad de las pruebas puede poner a salvo la embarcación de nuestra vida, siempre tan próxima a zozobrar ante los constantes accidentes existenciales.

¿Pero yo no recuerdo haber hecho nada malo en otra existencia? ¿¡Tan cruel fui!? «Hombres de poca fe» diría Jesús de Nazareth. ¿Quién os ha dicho que todo sea por la ley del Talión? ¿No habló acaso Jesús de la ley del amor? Y no paramos de buscar en la ley de causa y efecto motivos grandilocuentes, cuando a veces son muy simples: rectificar nuestro carácter; aprender humildad en propias carnes; empatizar con los que están en situaciones más precarias que nosotros, aprendiendo a ser misericordiosos con sus males; dar gracias a Dios por la vida. ¡Qué importa que no recordemos! También han cambiado las épocas, pero por desgracia quizá no haya cambiado tanto nuestro espíritu y de ahí las pruebas que nos son necesarias para nuestra evolución espiritual.

A la luz de la enseñanza de los espíritus, estudiando nuestro propio carácter, nuestras inclinaciones intelectuales o artísticas, podemos vislumbrar quiénes somos, y en qué estado estamos. Con la mayor naturalidad del mundo. Los delineamientos de la doctrina son claros. El estudio de cuestiones más técnicas nos puede ayudar a comprender más, pero también nos puede cegar la vanidad de vanidades salomónica, alejándonos de lo que más nos es preciso: nuestra ejercitación moral.

Las ciencias materiales estudian incansablemente todos los días las cuestiones que atañen al conocimiento de la materia; el espiritismo nos invita al estudio de las cuestiones propias del espíritu. La inteligencia espiritual recae en nuestras propias cualidades íntimas, que son nuestro tesoro más sagrado. El conocimiento de las cuestionas más técnicas nos permiten mostrar de un modo más lúcido dichas cuestiones. Pero ¡cuidado!, el espiritismo es una ciencia moral, cuya finalidad es el mejoramiento de sus adeptos:

«Los reconoceréis en los principios de verdadera caridad que profesarán y practicarán: los reconoceréis en el número de afligidos que habrán consolado; los reconoceréis en su amor hacia el prójimo, por su abnegación, por su desinterés personal; los reconoceréis, en fin, en el triunfo de sus principios, porque Dios quiere el triunfo de su ley; los que siguen su ley son sus elegidos y él les dará la victoria, pero destruirá a los que falsean el espíritu de esa ley y hacen de ella su comodín para satisfacer su vanidad y su ambición.» (Erasto, ángel guardián del médium. París, 1863)(2); no una mera enseñanza para ser impartida desde las cátedras o lo que sería peor, desde el púlpito.

Jesús Gutiérrez

(1) Verso de Antonio Machado. Poema «Retrato» de su obra Campos de Castilla (1912). 
(2) Kardec, Allan. Evangelio según el espiritismo, cap. XX, ítem 4 «Misión de los espiritistas» (1864).