domingo, 10 de marzo de 2019

Amaos

Amaos



Las leyes morales son aquellas que, dentro de las Leyes Divinas, conciernen especialmente al hombre en sí mismo y en sus relaciones con Dios y sus semejantes. Comprenden las reglas de la vida del cuerpo y  la del alma. Entre ellas, la más importante a mi modo de ver es la "Ley de Justicia, amor y caridad”, a la que podríamos llamar también la "Ley de Amor".

La doctrina de Jesús, destinada a orientar la elevación espiritual del ser humano, se resume por entero en el amor, que es el más elevado de los sentimientos y  la lección fundamental de nuestro aprendizaje en la Tierra. El Maestro, al proclamar aquello de "amar a vuestro prójimo como a vosotros mismos", no estableció límites para ese amor. Al contrario, simbolizó en el prójimo a la Humanidad entera. Por lo tanto, la práctica de la Ley de Amor, según la voluntad del Padre, consiste en amar a todos los hermanos indistintamente.

¿Qué debemos hacer para ajustarnos a la ley de amor? Como primer paso, tolerar a los que conviven con nosotros, buscando perdonar a quienes nos ofenden, auxiliando al prójimo, en la medida de nuestras posibilidades, en fin, atendiendo fielmente al llamamiento de Jesús. No basta solo  con no hacer a los otros aquello que no queremos  que nos hagan,  debemos  también hacer con respecto a ellos todo aquello que nos  gustaría que  hiciesen con nosotros.

Amar, en el sentido profundo de la palabra, es aceptar a los demás como son, haciéndoles todo el bien que esté a nuestro alcance. Amar al prójimo es  una receta infalible de felicidad y una condición indispensable para que nos elevemos por encima de la materia, andando el camino recto que lleva  hacia Dios. Hemos de tener presente por  tanto que La Ley de Amor constituye el primero y el más importante precepto de la  doctrina espírita.

Los efectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrenal. El amor auténtico implica ser leal,  de conciencia recta. Amar es, además, considerar como propia la gran familia humana. La esencia del amor es divina, y nosotros, desde el primero hasta el último, tenemos en el fondo del corazón la chispa de ese fuego sagrado. El amor no exige renunciar a los principios morales, no impide cumplir con el deber, ni con las responsabilidades. La base del amor verdadero entre las personas es espiritual. Ver al otro como un ser espiritual, como un alma, es ver su realidad. Sólo cuando seamos conscientes de ello y nos conozcamos a nosotros mismos comprenderemos lo que ocurre a los demás, o sea,  a cada uno de nuestros hermanos.

Superficialmente todos parecemos diferentes, pero en realidad todos buscamos lo mismo y seguimos el mismo destino. Las diferencias que encontramos son superficiales y las provoca el ego.
Los seres humanos lamentamos el hecho de que no hay amor en el mundo. Todos quisiéramos amor en esta Tierra, pero el amor debe comenzar en el corazón de cada uno de nosotros o el amor en este planeta no  llegara a ser nunca una realidad. Entender las propias emociones es esencial. No se puede saber lo que significa amar, tener compasión o misericordia si no se siente.

Cuando prevalece el amor espiritual, es imposible que haya enemistad, odio, ira o celos. Los sentimientos negativos se transforman en positivos gracias a la serenidad del amor. En este  amor auténtico, tan lejano del otro terreno que es tan común entre nosotros, hay armonía, y nos asegura la bondad, el cuidado y la comprensión amistosa. Amor espiritual significa no fijarse en las debilidades de los demás, sino interesarse en eliminar los propios defectos. El método para hacer eso es revisarse internamente con regularidad para verificar hasta qué punto se ha adoptado el hábito natural de hacer felices a los demás.

Los seres humanos se han quedado atrapados en un modelo de comportamiento que ha distorsionado el valor del amor y la capacidad de confiar mutuamente en los sentimientos e intenciones. Es como si el intelecto humano hubiera perdido la conexión con la única fuente eterna de amor y se apoyara en los recursos temporales. Como consecuencia,  las almas humanas permanecen sedientas de amor verdadero.

En un mundo mejor, la Ley Natural es el amor y en una persona más elevada, la naturaleza es amorosa y sin artificios. Cuando el fuego del amor espiritual se enciende, las personas comienzan a ejercer el poder de la voluntad para liberarse de la esclavitud de las gratificaciones momentáneas. Se invierte tiempo y se hacen esfuerzos para edificar un estado interno en el que el amor se revele en cada actividad. Se empieza por las pequeñas cosas, regalar una sonrisa, ser amable con las personas con las que nos cruzamos cada día. Intentar ser comprensivo e indulgente con los demás... aprender a pedir perdón, eso que tanto nos cuesta. Cumplir con nuestras obligaciones sin valorar si el otro cumple con las suyas, porque ese es su problema, no el nuestro. Ponernos pequeñas metas para ir cumpliendo en el devenir diario... si cuesta hay que esforzarse un poco más porque al final, a fuerza de insistir acabarán convirtiéndose en hábito y lo haremos sin pensar, de forma natural.

Ser sinceros con nosotros mismos y exigirnos más de lo que exigimos a los demás. Y ante todo, trabajar en el bien, porque no hay nadie tan pobre que no tenga nada para dar. Tiempo, buenos consejos, compañía, etc.

A ver si somos capaces de interiorizar estas enseñanzas, y poquito a poco ir poniéndolas en práctica, por aquello de que paso a paso se llega lejos. Y si sabemos que nuestra meta es llegar a ser espíritus puros, ya estamos tardando en empezar a recorrer la senda del bien, aunque haya que entrar por la puerta estrecha.
Cielo Gallego
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"

lunes, 4 de marzo de 2019

El camino recto

El camino recto



Muchas veces, cuando estudiamos Espiritismo, hemos de abordar una cuestión que parece fácil de comprender, pero no tanto de llevar a la práctica.

Y es la de elevar nuestra propia vibración para estar en sintonía con los buenos espíritus. Con los que son cuanto menos un poco más elevados que nosotros.

En un mundo tan materializado como el nuestro, ¿cómo podremos conseguir trascender lo cotidiano para elevarnos a nivel espiritual?

El secreto consiste en aprender a concentrarnos, a meditar, para elevar nuestro nivel de energía y así poder dirigirla allí donde sea más necesaria.

Para conseguir aislarnos del mundanal ruido y concentrarnos en lo verdaderamente importante hay que encontrar la paz interior y eso solo se consigue encontrando un lugar idóneo, donde las circunstancias externas nos molesten lo menos posible y, sobre todo, hallando el modo de liberar nuestra mente de presiones y estrés. Para así poder acceder a un estado de concentración mental que nos lleve a otras dimensiones.

Es decir, se precisa relajación física y concentración espiritual.

Para conseguir ambas cosas es bueno centrarse en una imagen que nos transmita belleza y que eleve nuestro potencial a nivel sentimental, por ejemplo, una flor que nos resulte especialmente hermosa. Manteniendo esa imagen en nuestro cerebro y sintiendo como todo el cuerpo se relaja, podemos acceder a un grado de comprensión de lo que nos rodea mucho más profundo de lo que habitualmente solemos conseguir.

Ya estamos en el punto de partida. A partir de ahí podemos empezar a navegar hacia la fuente de energía que nos baña a todos y nos impregna con su luz.

Creo que ninguno de nosotros ignora que los pensamientos son creadores, que por esa misma sintonía a la que nos referíamos al principio atraemos hacia nosotros todos aquellos que vibran en el mismo grado de frecuencia, digamos, y que aquellos que emitimos nos llegan de vuelta cargados  de energía afín que han absorbido en su camino antes de volver a nosotros, por lo cual, si emitimos un pensamiento negativo, este regresara más orondo y más crecido  a alimentar esas actitudes poco recomendables que sin duda todos tenemos.

De modo que, aunque sea por salud mental, hemos de hacer limpieza diaria de  todo aquello que significa un lastre para nuestro espíritu, y alimentarnos de pensamientos y sentimientos positivos, para conseguir poco a poco llenarnos de ese amor espiritual que hace que prevalezca el interés del otro sobre nuestra comodidad o nuestro egoísmo personal.

Aquí nos topamos con un tema delicado y es que para ser mejores hemos de tener una meta  a la que deseemos llegar, pero primero debemos saber desde dónde partimos, es decir, cuáles son nuestros defectos, nuestros fallos, aquellos que normalmente nos cuesta tanto reconocer y admitir.
De ahí que debamos aplicar el axioma espírita de “Conócete a ti mismo”.

A veces, llegar a lo más profundo de nuestro ser resulta incómodo, porque nos han enseñado a vernos como triunfadores para ser aceptados y rehusamos recorrer los vericuetos de nuestro cuarto oscuro. En el fondo nos da miedo enfrentarnos a nosotros mismos, porque entonces tendremos que hacer cambios en nuestro comportamiento diario y arriesgarnos a salir de nuestra zona de confort en la que ya llevaremos años atrincherados, seguramente, y que nos resulta tan cómoda.

Pero amigos míos, ya sabéis aquel dicho popular de que el que algo quiere, algo le cuesta.
Si sabemos que aquí hemos venido a trabajar más vale que vayamos poniéndonos las pilas cuanto antes.

Al principio es duro, sin duda, pero basta con ir poniéndose pequeños retos diarios. Sobre todo, trabajar en el bien e intentar practicar la indulgencia y la caridad en toda su amplitud y diversidad de facetas con nuestros hermanos.

Desechar los pensamientos negativos que acuden a nuestra mente y cambiarlos por otros positivos, hace que, a fuerza de disciplina, aprendamos a darle importancia a aquello que realmente la tiene. Dejemos de enfadarnos por tonterías y nos resulte más fácil ponernos en el lugar del otro, comprender sus razones para actuar como actúa, aunque no esté de acuerdo con nuestros planteamientos, y por ende, el acto de perdonar, cuando seamos capaces de no juzgar, resulte una consecuencia de nuestro auténtico cambio interior.

Lo que ha de suceder, sucederá, nuestras pruebas están ahí y habremos de pasarlas, nos guste o no.
La diferencia está en nuestra actitud ante ellas, en cómo reaccionamos ante las dificultades, porque de nuestra manera de afrontar los momentos difíciles de la existencia en los cuales se pone a prueba nuestra paciencia y resignación, depende que seamos más o menos felices, y que tengamos paz interior o no.

Las circunstancias son las mismas, pero si aprendemos a sopesar los pros y los contras sin hacer trampas, y sabiendo que muchas veces el dolor nos sirve de aprendizaje y de forja para edificar nuestra fortaleza, si no renegamos de lo que nos ocurre, si lo aceptamos sin revelarnos, entonces lo asumimos con todas sus consecuencias, y luchamos de forma pacífica para superar el escollo en la medida de lo posible. Pero si remamos contracorriente, entonces sufriremos mucho más.
Sabemos que nuestro crecimiento personal y sobre todo nuestra elevación espiritual, dependen de nuestro progreso moral. Aunque nos cueste aceptarlo hemos de trabajar por ello diariamente, porque todos sabemos ya que los milagros no existen. Que hemos de seguir al pie de la letra la Ley de Trabajo considerando este como todo empleo útil de nuestro tiempo.

Y tratar de emplear ese regalo del Padre de la mejor forma que nos sea posible. Cada día es una nueva oportunidad para esforzarnos en ser un poco mejores que el anterior, porque no sabemos cuándo acaba nuestro contrato en este planeta azul, desperdiciar el tiempo es un error imperdonable.
La Ley que más necesitamos integrar en nuestra conciencia es sin duda la Ley de amor y caridad.
Ella nos enseñara que todos somos iguales, sin superioridades ficticias, hijos de un mismo padre que es Dios, que nos creó a todos y cada uno de nosotros como espíritus simples e ignorantes, dándonos infinitas oportunidades de progreso en las sucesivas existencias, para que algún día lleguemos como está previsto, a ese estado de pureza espiritual que nos haga dignos de colaborar con Dios en la creación del Universo y nos sea dado poder gozar de su presencia eternamente.

Pero mientras más duro trabajemos por nuestra reforma íntima, más cerca estará ese día. Así pues, paso a paso, hemos de seguir haciendo camino hasta llegar a la meta final.

En resumen, para elevar nuestra vibración y atraer por sintonía a los buenos espíritus cuya compañía hemos de anhelar, hace falta autoconocimiento, deseo sincero de mejorar, trabajar en el bien, pensar cada vez de forma más positiva, orar mucho, que es una herramienta imprescindible para cuando estamos de capa caída, poder remontar, meditar hasta encontrar la forma de ir superando nuestros defectos, y sobre todo, practicar la caridad moral para con nuestro prójimo e irradiar amor.

Ser un faro de luz para aquellos que viven en la oscuridad, seguir la guía de las Leyes Morales y del Evangelio en el que nuestro hermano Jesús, nuestro amado maestro, dejó las claves para guiarnos por un comportamiento ético y moral que nos vaya encaminando hacia el Padre que tanto nos ama.

Cielo Gallego
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"

sábado, 2 de marzo de 2019

Gratitud, egoísmo, orgullo

Gratitud, egoísmo, orgullo



La gratitud se define, según el diccionario de la R.A.E., como un sentimiento que nos obliga a estimar el beneficio o favor que se nos ha querido hacer y responder a él de alguna manera.
Etimológicamente, procede del latín "gratia" que significa la honra o alabanza que, sin más, se tributa a otro para luego significar el favor y reconocimiento de un favor.

Saber agradecer es más que recitar una palabra mecánicamente por los pequeños detalles cotidianos que recibimos; la respuesta a una pregunta, un desayuno…. Es algo más, es una actitud que nace del corazón por aprecio a lo que alguien ha hecho por nosotros.

Agradecer no es pagar una deuda, es reconocer la generosidad ajena.

Desde el momento en que nuestra intención es pagar una deuda, el agradecimiento se desvanece, para dar paso a la persona orgullosa que no quiere nada por encima de ella.

Según George Simmel (1858-1918) filósofo y sociólogo, señaló: “La gratitud es la memoria moral de la humanidad, ya que, si todo agradecimiento fuera eliminado de repente, la sociedad, tal y como la conocemos se desintegraría” Por tanto este sentimiento tiene una gran función de cohesión social.
Sin embargo, saber agradecer es un valor efímero. En el Evangelio según el espiritismo podemos leer: “El hombre olvida fácilmente el bien y se acuerda mejor de lo que le aflige. Si notáramos diariamente los beneficios de que somos objeto, sin haberlos solicitado, nos admiraríamos muchas veces de haber recibido tantos que se han borrado de nuestra memoria, y nos humillaríamos por nuestra ingratitud.”

La ingratitud es fruto del egoísmo. Los desengaños que ocasiona ¿debería endurecer nuestro corazón e insensibilizarlo? A esta pregunta de “El Libro de los Espíritu”, estos nos responden: “Esto sería un error. Porque la persona sensible, como dices, es siempre feliz por el bien que realiza. Sabe que, si no se acuerdan de ese bien en esta vida, lo recordarán en la otra, y que el ingrato tendrá vergüenza y remordimientos”

Y continúa en la pregunta 938 a.: “Sí, pero esa idea no impide que su corazón se sienta herido. Ahora bien, esta circunstancia, ¿no puede engendrar en ella el pensamiento de que sería más dichosa si fuera menos sensible? - Sí, si prefiere la felicidad del egoísta. ¡Pero se trata de una lamentable felicidad! Sepa esa persona que los amigos ingratos que la abandonan no son dignos de su amistad y que se ha equivocado respecto a ellos. Visto lo cual no deberá lamentar el haberlos perdido. Más adelante encontrará amigos que sepan comprenderla mejor. Lamentad a aquellos que tienen con vosotros un mal comportamiento que no hayáis merecido, porque tendrán ellos un triste arrepentimiento. Pero no os sintáis afectados por eso: es la manera de poneros por encima de su nivel.”
Otra pregunta en "El Evangelio según el Espiritismo" nos hace tomar otra reflexión: "¿Qué debemos pensar de las personas que, habiéndoseles pagado sus beneficios con ingratitudes, ya no hacen bien por miedo de encontrar ingratos?". Estas personas tienen más egoísmo que caridad, porque hacer el bien sólo para recibir muestras de reconocimiento es no hacerlo con desinterés… También hay orgullo, ya que se complacen en la humildad del obligado que viene a poner el reconocimiento a sus pies.”

Sin una perspectiva amplia de la vida, es difícil reconocer cómo las otras personas contribuyen para hacerla mejor. La gratitud se facilita a medida que somos capaces de renunciar a nuestro orgullo.
Desde la perspectiva de una sola vida es difícil comprender por qué se desarrollan las ingratitudes, sin embargo, teniendo en cuenta la pluralidad de existencias podemos ver una continuidad allí, donde la razón no encuentra explicación lógica como son los odios o repulsiones instintivas que se encuentran a menudo y que ninguna circunstancia anterior parece justificar.

Cuando un espíritu deja la Tierra le acompañan las pasiones o virtudes inherentes a su naturaleza; odios poderosos o venganzas insatisfechas provocadas por amplio abanico de circunstancias; destrucción de su familia, su fortuna… Se rebelan ante la idea de perdonarlas y sobre todo de amar a quienes les hirieron.

Sin embargo, pueden progresar o permanecer estacionados. Cuando deciden progresar comprenden que sólo la caridad es el camino y que con odio y sin olvido de las ofensas, esta no es posible.
En ocasiones, tras un largo periodo de meditación y oración, el espíritu aprovecha la oportunidad de una nueva encarnación en medio de la familia a la que tanto detestara. Prueba atroz bajo la cual sucumbe muchas veces si su voluntad no es muy fuerte. Y es así, mirando hacia el pasado donde se puede encontrar explicación a situaciones que según la razón no tendrían lógica desde la perspectiva de una sola vida.

La gratitud ha de ayudarnos a centrarnos en la bondad que nos rodea en el presente.
Ana Sobrino
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"