El río que nos lleva
Todos nuestros actos tienen una consecuencia y existe un orden en cada hecho y pensamientos de nuestra vida. Desde el más insignificante, hasta el más asombroso, a los ojos de Dios todo está regido por Leyes universales. En esta, algunos la llaman Ley de Causa y Efecto, otros Acción y Reacción. Lo cierto que por ser Ley universal es inamovible, cada efecto se relaciona con una causa, cada causa crea un efecto idéntico a sí misma.
Se necesita tener una gran comprensión de quienes somos, hacia donde vamos y qué seremos dependiendo nuestros actos actuales. Pocos creen que de verdad la vida te devuelve en el ahora, en el mañana, o en vidas sucesivas aquello que no gestionamos bien.
¿Quién de todos nosotros, tiene una verdadera superioridad moral? Esta superioridad se puede obtener poco a poco. Si los propósitos del hombre fuesen reconducir sus actos al mejor bien posible, en cada uno de sus días, se lograría tener un mejor mundo dónde vivir. Se necesita dominar nuestro orgullo, reprimir arrebatos, desear AMAR..., entre otros muchos factores.
Los hombres tergiversando todo a su paso, con el poder de su verdad, en un mundo poco serio, la figura de Dios quedo situada en un lugar lejano en los corazones de los hombres.
Sabemos que la intención noble y recta en nuestras oraciones, sean dónde sean, siempre llegaran a Dios. Pero la escasa moralidad que mueve a los hombres en los estudios y trabajos del bien, se desvirtúan accediendo a no comprender bien las enseñanzas de Jesús. No necesitamos lugares sagrados, ni Catedrales e Iglesias, Capilla o Ermitas, se necesita el recogimiento en uno mismo, un lugar tranquilo, y elevar nuestros pensamientos con el mayor sentimiento de Amor hacia Dios. Alabar su infinito AMOR, y su bondad por recibir nuestra plegaria, agradecerle todo lo que nos permite vivir, y pedirle con humildad lo que creemos que pueda mejorar nuestro paso por la Tierra.
Recordemos a Jesús, el exponente máximo de la máxima lealtad al señor Supremo. Nació en un lecho pobre, un establo. No necesitó de piedras preciosas, ni lugares majestuosos, le bastaba un árbol, una plaza o bien a pie de un río para divulgar la verdadera enseñanza de los evangelios. Ricos y pobres se le acercaban, enfermos y hombres fuertes le pedían ayuda, Él siempre fue justo entre los justos. Siempre fue fiel a sus palabras, ayudó con su caridad infinita, sin juzgar a todo lo que en su camino se encontraba.
La Doctrina espírita nos muestra y enseña que lo que en cada incidencia o problema de nuestra vida deberíamos hacer es, tan sencillo y simple como preguntarnos qué haría Jesús en esa misma situación.
Recordad que el río que nos lleva hacía él, va en un único sentido, como el agua que corre montañas abajo, el recorrido es el que es, no podría ser a la inversa. Las leyes impuestas por Dios en nuestra naturaleza están para cumplirse, en todo, y en todo momento. Así como las nubes formadas por la vaporización solar vuelven a caer fatalmente en forma de lluvia sobre el suelo, así las consecuencias de los actos cumplidos vuelven a caer sobre sus autores. Cada uno de esos actos, cada uno de nuestros pensamientos, según la fuerza de impulsión que se le imprime, cumple su evolución para volver a sus efectos, buenos o malos, hacia el origen de dónde ha salido. De este modo las penas y las recompensas se reparten entre los individuos por el juego natural de las cosas. Ley Causa y Efecto, o Ley de Acción Reacción.
Cada uno de los hombres debería, hora tras hora, tomar conciencia de quienes somos, a que hemos venido y que se espera de nosotros. Cada uno de nosotros debería tomar examen a su grado de paciencia y servicio, de caridad y benevolencia, de perdón y fe viva, de buen ánimo y comprensión. Y lo más importante, Jesús en ese río que nos lleva hacia Él. Dejó sus mejores enseñanzas, y todos debemos apreciar su regalo tan sublime, y en ese agradecimiento saber que las leyes que rigen el universo son muchas, y entre ellas la Ley del Amor es el manantial inagotable, es una fuente que cuanto más haces uso de ella, más tiene para seguir dando.
El río que nos lleva a la evolución de nuestro perfeccionamiento son los actos y enseñanzas del Maestro. Recibe, entonces, a los parientes difíciles y a los amigos complejos, a los adversarios gratuitos y los hermanos desafortunados, tanto como a aquellos que te apedrean y hieren, que te persiguen y calumnian, como examinadores constantes de tu aprovechamiento en lo relativo a las ciencias del alma, como instructores en la lucha cotidiana… Solo así trabajaras para el prójimo, en Recuerdo a Jesús en la cruz, que toleró la ironía y las agresiones tan duras, amando y pidiendo por quién le agredía e insultaba. Recordando sus palabras que nos decían “Conserva la serenidad en el banco de las pruebas en las que te encuentras y aprende a valorar, para tu propio bien, el poder de la humildad y la fuerza de la compasión”.
Por lo tanto, no permitas que el reposo excesivo anule tu divina oportunidad, de trabajo en el bien y caridad hacia el prójimo. Si un obstáculo te disgusta, trabaja y sirve, que la dificultad se convertirá en lección. Y recuerda que en el trabajo con el cual puedas hacer lo mejor para los demás, hallarás el recibo de pago del pasado, las realizaciones del presente y los créditos del futuro. Además, por medio de él conquistarás el respeto de quienes te rodean, la riqueza de la experiencia, los galardones de las culturas, la solución para el tedio, el socorro para todas las dificultades.
Y lo más importante, es que el río que te lleva, te conduce a través de la Doctrina Espírita a bucear por las aguas limpias y cristalinas de un mar relajado, dentro de un océano en constante movimiento, lleno de oportunidades en la evolución a tu perfeccionamiento.
Susana Herrero Gázquez
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"
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