jueves, 30 de noviembre de 2017

Pensar y obrar en positivo

Pensar y obrar en positivo



Este artículo surge hoy por una reflexión sobre las cosas más importantes de nuestras vidas y de nuestra postura ante las dificultades y problemas. Reflexionando sobre nuestras actitudes.
La Doctrina Espírita nos ha dado y nos da mucho para caminar hacia la evolución, dando pasos en el día a día, para mejorar por dentro, aunque lo de fuera se deteriore. Nos ofrece un conocimiento tan valioso que, de ponerlo en práctica, todo resultaría más fácil para nosotros.

La mente, que exterioriza el pensamiento, no tiene forma, ni medida, ni peso, ni límites. La ciencia ya ha demostrado, en general, que no es el cerebro quien piensa; el cerebro es un instrumento de exteriorización de la mente. Sí, es una exteriorización, manda ondas que, por afinidad, se unen a otros pensamientos de la misma calidad. Es así de simple y sin embargo ¿cómo manejar esos pensamientos, para que sean positivos?

Dejemos de pensar en nosotros, desde el punto de vista negativo, como: yo no puedo, yo estoy muy ocupado, casi no veo a mi familia por cuestiones laborales, hay que vivir la vida a “tope”, no consigo avanzar, me siento frustrado, llenándose de deseos que desarmonizan interiormente. Pasarlo bien y vivir la vida a tope, no es nuestro humano objetivo. No vinimos a reencarnar para eso, sino todo lo contrario. ¿Qué trae esa forma de pensar?

Desequilibrio y perder la oportunidad de disfrutar de las cosas bonitas, bellas, relajantes, que nos satisfacen interiormente. Hay tanto que dar y tanto que recibir; necesitamos AMOR. El amor auténtico todo lo supera, todo lo enfrenta, todo lo puede, da fuerzas positivas para envolver a muchas personas que también están intentando exteriorizar el mismo sentimiento: el AMOR.

Por él fuimos engendrados, por él amamos a nuestros hijos, pese a las dificultades que nos traen, por su rebeldía o sus inclinaciones materialistas. Por amor es que nos sacrificamos y cedemos…
A través del pensamiento, sacándole el mayor beneficio, podemos envolver a otras personas que están en una situación negativa y necesitan ayuda. Son personas “enfermas del alma”. No importa la distancia: el pensamiento positivo y utilizado con nuestra voluntad y sentimientos, llegan al último rincón de la Tierra y más allá.

Si todos nos concienciáramos de este hecho, cierto y probado; si elevásemos ese pensamiento, unido a muchos otros pensamientos, el objetivo sería maravilloso y por tanto, muy positivo. Alguien que piensa y siente en positivo, está protegida de las críticas, de la envidia, de los pensamientos pesimistas y enfermos. De las influencias deletéreas de desencarnados infelices.

Quien así piensa, será una persona que se sentirá libre interiormente, con fuerza y serenidad; enfrentará los problemas de la vida, que son pruebas por las que tenemos que pasar para evolucionar, de forma equilibrada, dando prioridad a lo más importante de nuestra vida: el crecimiento interior con la reforma moral.

Una pregunta: Tú, sí tú, que estás leyendo esto, ¿Qué elección tomarías si tuvieras que elegir tener una vida sana y con fuerza para luchar, con fe sin caer en el pesimismo; o bien si decidieras una vida llena de confort, de caprichos, de idas y venidas, materialista, trayendo desequilibrio, causando Estrés mental, qué decidirías?

Si eres sensato, obviamente, elegirás la primera opción. Pero para obtener una vida así; digna y satisfactoria, hay que trabajar en ese proyecto. ¿Y cómo hacerlo? Pues poniendo en acción la voluntad, los buenos sentimientos, dejando de pensar negativamente, dejando de decir: Yo no sé hacerlo o yo no puedo hacerlo. Invirtamos el pensamiento: yo voy a hacerlo, yo voy a intentar hacerlo; ¡yo puedo si quiero! Y queriendo, otros pensamientos se unirán a nosotros para sentirnos más fuertes.

No queramos imponer nuestros pensamientos a los demás. No queramos aparentar lo que no somos. No nos dejemos guiar por las modas e ideas, que nos puedan perjudicar. Tenemos que ser auténticos.
Una vida sana es disfrutarla momento a momento. Muchas veces la felicidad esta en los pequeños detalles: un amanecer, un atardecer, la vista del mar, de las montañas; vistas que nuestras retinas las retendrán, fijándose en nuestra mente. Un abrazo, una conversación agradable. Una vida digna no es sacrificarse en todo, vivir con carencias innecesarias, alejándonos de la sociedad para vivir una vida contemplativa. Así no se puede progresar, porque es un acto de egoísmo. Tenemos el deber de participar de nuestra sociedad, aportando lo mejor de nosotros mismos. Implicándonos en todo lo que sea útil para los que componemos esta sociedad. Cuantas más personas quieran cambiarla, más impulso positivo tendremos para conseguirlo. No olvidemos que no estamos solos; estamos siempre amparados por la Infinita Misericordia de Dios, manifestada en sus Mensajeros, como es el principal: Jesús.

Una vida plena, es aquella que nos hace sentir que somos felices, teniendo mucho o poco, que somos personas alegres, transmitiendo esa alegría a los que nos rodean. Sabiendo compartir, tanto en el ámbito material, como en el anímico. Aprendiendo poco a poco a poner en práctica la tan sonada “caridad”, de la que hablamos mucho, pero luego muchas intenciones buenas se quedan en nada.
No hay nada mejor que ver una sonrisa en la cara de otra persona, oyéndola decir alguna palabra edificante y sincera. Una mirada limpia que demuestra un corazón dispuesto a compartir sus sentimientos y ayudar.

No olvidemos que vivir pobremente, no nos va a traer felicidad, porque es una imposición nuestra sin sentido; en eso no hay mérito. Se puede ser feliz y vivir en paz, teniendo dinero, una casa cómoda, bienestar para nuestros hijos, pero sabiendo siempre, que esas cosas no nos van a esclavizar ni hacernos personas indiferentes al dolor ajeno, que son transitorias. Que somos hermanos por tener el mismo Padre.

Reconocer que necesitamos, a veces, mucho esfuerzo para tolerar a una persona o ensayar el respeto a nuestro semejante. Elevar nuestro pensamiento a Dios y no dejar de pedirle que nos ayude a amar a quienes no nos aman, a pedir perdón y a saber perdonar. Él siempre nos ayuda, siempre se apiada de nosotros, pero la poca fe o la falta de fe, no nos deja confiar en Sus designios que siempre serán para nuestro beneficio, aunque a veces ese beneficio llegue con dolor.

Y, por último, todo aquello de malo o de bueno que hagamos por los demás, de vuelta vendrá para nosotros. ¡Yo apuesto por una vida sana, digna, en paz, viviendo con serenidad los problemas que nos surjan, con la fuerza que nos da nuestra mente libre de pensamientos negativos, enfermos y pesimistas! Apuesto por una existencia útil, por un cambio interior que nos haga mejores personas. Apuesto por vibrar por la Paz, uniéndonos todos en el mismo deseo. Con la Doctrina Espírita por guía segura. Pero no debemos dejar que todo se quede en palabras, en buenas intenciones. Vayamos más lejos, practiquemos lo pensado, sentido y hablado, para adquirir el sano hábito de obrar bien.
Nuestros hechos son consecuencia de nuestros pensamientos que les han dado fuerza, que esa fuerza sea siempre positiva, porque al final debemos aceptar que somos lo que pensamos.

Nos dice Emmanuel, en el libro Pan Nuestro: “Todas las obras humanas constituyen la resultante del pensamiento de las criaturas. El mal y el bien, lo feo y lo bello vivieron, ante todo, en la fuente mental que los produjo, en los movimientos incesantes de la vida”.
Isabel Porras 






lunes, 27 de noviembre de 2017

Las llagas del alma

Las llagas del alma


Acostumbramos a atender individualmente a través de la “Asistencia Fraterna” que realizamos en nuestra Asociación, a personas que se encuentran desarmonizadas psíquicamente, así como a otras que atraviesan situaciones de perturbación espiritual, debido a sus capacidades mediúmnicas, es decir, que sienten, ven y escuchan a los espíritus, pensando que están viviendo una etapa alterada, incluso algunas de ellas han visitado al médico buscando solución.

Es cierto que la vida, en sí, está llena de problemas y obstáculos que sin tener el conocimiento que nos aporta la Doctrina Espírita, es muy difícil adaptarse a las situaciones por las que debemos pasar, enfrentándonos siempre a aquellos que pensamos que son los responsables de nuestra posición. Considerando  a las personas encuadradas en el primer aspecto,  ellas se desesperan buscando una explicación a su actual realidad. La mayoría se encuentran desligadas del conocimiento espiritual, desvinculadas de la conexión que los aliviaría, viviendo de tal manera,  que la presencia espiritual no está contemplada en su vivencia. Hacerles comprender que necesitan conectar con el Mundo Mayor a través de la oración íntima, de la lectura de “El Evangelio según el Espiritismo”  que nos serenará y unirá a los Buenos Espíritus, así como un cambio de comportamiento en su vivir,  son los argumentos que utilizamos para ayudar a aquellos que acuden a nosotros, reclamando nuestra aportación para su mejoramiento.   

La frase que solemos utilizar y que desarrollamos “¿Dime como vives y te diré quién te acompaña?” solemos utilizarla muy habitualmente y nos sirve para “abrir” una página que suele estar llena de renglones de imperfecciones, así como de adicciones. Explicamos con detalle que todo aquello que somos, nos une actualmente a una serie de entidades espirituales determinadas, en función de nuestros actos y pensamientos, descubriendo de manera casi natural,  muchos de los problemas por los que están atravesando y que dependerán de ellos erradicarlos y vivir de una manera más serena y apacible, pero responsable.

Sabemos, cuantos estudiamos la Doctrina Espírita, que no todos hemos de despertar a la mediumnidad, ya que no siempre es necesario, pero los que sienten la presencia de los Espíritus, por necesidad, deben plantearse muy seriamente esta circunstancia, ya que la transmisión de la vibración a través de la sintonía, servirá para encontrarse acompañados por entidades espirituales en diversos estados evolutivos.

Aclarar a través de la charla amiga a personas que desconocen su proceso, es verdaderamente gratificante, porque muchas de ellas han podido recobrar la tranquilidad en sus vidas, gracias a su esfuerzo, trabajo y voluntad, sintiéndose armonizadas, no sólo particularmente, sino también familiarmente en su hogar.

Cuánto nos evitaríamos todos si conociésemos y comprendiésemos las Leyes Divinas, las reglas más elementales de la vida, que están regidas por la Espiritualidad Mayor. Los consejos son muy enriquecedores, pero la actuación hacia el bien de las personas que se encuentran perturbadas espiritualmente, son el remedio para sus males, aunque no debemos olvidar ninguno de nosotros que también la Ley de Causa y Efecto,  que se aplica de manera determinante a veces, nos hace caminar envueltos en situaciones aflictivas.

Las trayectorias de nuestras vidas pueden estar marcadas por nuestro pasado, pero reconozcamos que podemos colaborar con nuestras buenas acciones sobre ellas. La misericordia de Dios está presente y todos sabemos que Él desea lo mejor para cada uno de sus hijos.

Juan Miguel Fernández Muñoz


sábado, 25 de noviembre de 2017

El verdadero amor

El verdadero amor


Las leyes morales son aquellas que, dentro de las Leyes Divinas, conciernen especialmente al hombre en sí mismo y en sus relaciones con Dios y sus semejantes. Comprenden las reglas de la vida del cuerpo y del alma. Entre ellas, la más importante a mi modo de ver es la "Ley de Justicia, amor y caridad” a la que podríamos llamar también "La ley de amor".

La doctrina de Jesús, destinada a orientar la elevación espiritual del ser humano, se resume por entero en el amor, que es el más elevado de los sentimientos y la lección fundamental de nuestro aprendizaje en la Tierra.

El Maestro, al proclamar aquello de " amar a vuestro prójimo como a vosotros mismos", no estableció límites para ese amor. Al contrario, simbolizó en el prójimo a la Humanidad entera.
Por lo tanto, la práctica de la ley de amor, según la voluntad del Padre, consiste en amar a todos los hermanos indistintamente.

¿Qué debemos hacer para ajustarnos a la ley de amor?

Como primer paso, tolerar a los que conviven con nosotros, buscando perdonar a quienes nos ofenden, auxiliando al prójimo en la medida de nuestras posibilidades, en fin, atendiendo fielmente al llamamiento de Jesús.

No basta solo con no hacer a los otros aquello que no queremos que nos hagan, debemos también hacer con respecto a ellos todo aquello que nos gustaría que hiciesen por nosotros.

Amar, en el sentido profundo de la palabra, es aceptar a los demás como son, haciéndoles todo el bien que esté a nuestro alcance. Amar al prójimo es una receta infalible de felicidad y una condición indispensable para que nos elevemos por encima de la materia, andando el camino recto que lleva hacia Dios.

Hemos de tener presente por tanto que la ley de amor constituye el primero y el más importante precepto de la doctrina espírita.

Los efectos de la ley de amor son el mejoramiento moral de la raza humana y la felicidad durante la vida terrenal.

El amor auténtico implica ser leal, de conciencia recta. Amar es además considerar como propia la gran familia humana.

La esencia del amor es divina y nosotros, desde el primero hasta el último, tenemos en el fondo del corazón la chispa de ese fuego sagrado.

El amor no exige renunciar a los principios morales, no impide cumplir con el deber ni con las responsabilidades.

La base del amor verdadero entre las personas es espiritual. Ver al otro como un ser espiritual, como un alma, es ver su realidad.

Sólo cuando seamos conscientes de ello y nos conozcamos a nosotros mismos comprenderemos lo que ocurre a los demás, es decir, a cada uno de nuestros hermanos.

Superficialmente todos parecemos diferentes, pero en realidad todos buscamos lo mismo y seguimos el mismo destino. Las diferencias que encontramos son superficiales y las provoca el ego.

Los seres humanos lamentamos el hecho de que no hay amor en el mundo. Todos quisiéramos amor en esta Tierra, pero el amor debe comenzar en el corazón de cada uno de nosotros o el amor en este planeta no llegara a ser nunca una realidad.

Entender las propias emociones es esencial. No se puede saber lo que significa amar, tener compasión o misericordia si no se siente.

Cuando prevalece el amor espiritual, es imposible que haya enemistad, odio, ira o celos. Los sentimientos negativos se transforman en positivos gracias a la serenidad del amor. En este amor auténtico, tan lejano del otro terreno que es tan común entre nosotros, hay armonía, y nos asegura la bondad, el cuidado y la comprensión amistosa.

Amor espiritual significa no fijarse en las debilidades de los demás, sino interesarse en eliminar los propios defectos.

El método para hacer eso es revisarse internamente con regularidad para verificar hasta qué punto se ha adoptado el hábito natural de hacer felices a los demás.

Los seres humanos se han quedado atrapados en un modelo de comportamiento que ha distorsionado el valor del amor y la capacidad de confiar mutuamente en los sentimientos e intenciones.
Es como si el intelecto humano hubiera perdido la conexión con la única fuente eterna de amor y se apoyara en los recursos temporales. Como consecuencia, las almas humanas permanecen sedientas de amor verdadero.

En un mundo mejor, la ley natural es el amor y en una persona más elevada, la naturaleza es amorosa y sin artificios.

Cuando el fuego del amor espiritual se enciende, las personas comienzan a ejercer el poder de la voluntad para liberarse de la esclavitud de las gratificaciones momentáneas. Se invierte tiempo y se hacen esfuerzos para edificar un estado interno en el que el amor se revele en cada actividad.
Se empieza por las pequeñas cosas, regalar una sonrisa, ser amable con las personas con las que nos cruzamos cada día. Intentar ser comprensivo e indulgente con los demás, aprender a pedir perdón, eso que tanto nos cuesta. Cumplir con nuestras obligaciones sin valorar si el otro cumple con las suyas, porque ese es su problema, no el nuestro.

Ponernos pequeñas metas para ir cumpliendo en el devenir diario...si cuesta hay que esforzarse un poco más porque al final, a fuerza de insistir acabaran convirtiéndose en hábito y lo haremos sin pensar, de forma natural.

Ser sinceros con nosotros mismos y exigirnos más de lo que exigimos a los demás. Y ante todo, trabajar en el bien, porque no hay nadie tan pobre que no tenga nada para dar. Tiempo, buenos consejos, compañía, etc...

A ver si somos capaces de interiorizar estas enseñanzas y poquito a poco ir poniéndolas en práctica, por aquello de que paso a paso se llega lejos. Y si sabemos que nuestra meta es llegar a ser espíritus puros, ya estamos tardando en empezar a recorrer la senda del bien, aunque haya que entrar por la puerta estrecha.

Cielo Gallego
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"