Escultores de nosotros mismos
Cuentan que un niño, vecino de un gran taller de escultura, entró un día en el estudio del escultor y vio en él un gigantesco bloque de piedra, que llamó su atención. Y que, unos meses después, al visitar de nuevo el taller, encontró en su lugar una preciosa estatua ecuestre, que estaba siendo acabada y pulida por el maestro. Volviéndose al escultor le preguntó: «¿Y cómo sabías tú que dentro de aquel bloque había un caballo?».La frase del pequeño era bastante más que una «gracia» infantil. Porque la verdad es que el caballo estaba, en realidad, dentro de aquel bloque. Y que la capacidad artística del escultor consistió precisamente en eso: en saber ver el caballo que había dentro y en irle quitando al bloque de piedra todo cuanto le sobraba.
El escultor no trabajó añadiendo trozos de caballo al bloque de piedra, sino liberando a la piedra de todo lo que le impedía mostrar al caballo que tenía en su interior.
Un pequeño cuento, que nos enseña lo fundamental de educar, de educarnos y sobretodo, trabajarnos a nosotros mismos para hacer salir las buenas cualidades y atributos a fin de llegar a ser espíritus de luz.
No se trata de añadir, sino de hacer salir todo lo bueno que cada uno tenemos dentro y potenciarlo con estudio, conocimientos y dedicación. Cada uno es diferente y no debemos ser la copia de nadie, del mismo modo que cada bloque de piedra, ante el escultor, encierra figuras, rasgos y atributos, diferentes, aunque algunos se parezcan.
Como escultores de nosotros mismos, podemos observar las buenas cualidades de otros y cultivarlas en nuestro interior, para luego sacarlas y desarrollarlas.
A veces nos gustaría ser o parecer, como los grandes del deporte o de la canción, o al magnate famoso de los negocios, así como el actor o la actriz de cine que tanto éxito ha tenido.
Pensemos todo esto al comprender que con la educación pasa algo muy parecido.
Muchos padres y educadores se equivocan cuando luchan para que sus hijos se parezcan a ellos o a su ideal humano. Padres que quieren que sus hijos se parezcan a Napoleón, a Alejandro Magno o al banquero, deportista, médico, o industrial, que triunfó en la vida entre sus compañeros de clase. Muchas veces hasta intentando parecérseles físicamente, adoptando sus peinados, o las mismas ropas, o su estilo. Esto también incluye su moralidad, la mayor de las veces desdeñable, sus bajas pasiones, sus vicios y el desenfreno.
Debemos ser, ante todo, fieles a nosotros mismos. No tenemos que realizar lo que haya hecho el vecino, por estupendo que sea. Cada uno, tiene que realizarse a sí mismo y realizarse al máximo. Tiene que sacar de dentro de su alma la persona que ya es, lo mismo que del bloque de piedra sale el caballo ideal que había dentro.
¿Debemos querer ser e inculcar ser? en nuestros hijos, hombres y mujeres de bien.
Ser hombre o mujer de bien, no es copiar nada de fuera. No es ir añadiendo virtudes que son magníficas, pero que tal vez son de otros. Ser persona de bien, es llevar a su límite todas las infinitas posibilidades que cada humano lleva ya dentro de sí.
Trabajar como el escultor, quitando todos los trozos amorfos del bloque de la vida y que impiden que mostremos nuestra alma entera tal y como ella es, resaltando y cultivando nuestras propias virtudes y talentos.
Nosotros como escultores de sí mismos, deberíamos limar las asperezas de nuestro espíritu, que nuestra imperfección intenta ocultar con el orgullo. Es indispensable para alcanzar el éxito, hacer una revisión periódica de metas y acciones.
Al reflexionar, repasamos los errores, y tendremos tiempo de reprogramar los deberes para renovarnos con mayor facilidad.
La comodidad y la pereza, el orgullo, el egoísmo, la vanidad, el materialismo… es precisamente el trozo de bloque que nos impide mostrar lo mejor de nosotros mismos.
Un buen padre, un buen educador, un buen escultor de sí mismo, es el que sabe ver la escultura maravillosa que cada uno tiene, revestida tal vez por toneladas de vulgaridad.
Quitar esa vulgaridad a martillazos, quizás muy dolorosos, sea necesario en ocasiones, en otras bastarán con golpes más livianos, pulir algunos defectos. No siempre es necesario el mazo grande, tenemos una caja de herramientas repleta para esculpirnos, pulirnos y embellecer la obra de nosotros mismos.
Cómo espíritus inmortales que somos esto no lo conseguiremos en una sola vida, aunque cuánto antes empecemos, antes alcanzaremos a completar nuestra obra. También tenemos las instrucciones precisas para hacerlo en el Evangelio, la guía que nos dejó Jesús, el gran maestro. Y el soporte de la doctrina espírita, que nos da esperanza y consuelo, ayudados por nuestros mentores y guías espirituales, quienes también, a través de las encarnaciones pasaron por la transformación que les hizo avanzar como espíritus más elevados moralmente.
Tenemos las ayudas y los medios a nuestro alcance, pero solo nosotros tenemos que hacer los esfuerzos por superarnos y quitarnos los lastres a fin de llegar a ser hombres y mujeres de bien.
Siendo sinceros con nosotros mismos, el autoexamen, la oración,… harán que las capas inútiles que cubren nuestros verdaderos valores, caigan y se desprendan con mayor facilidad.
Detectar las virtudes, valorarlas y potenciarlas, para que salgan a la luz, también es una muestra de que nos vamos especializando en nuestro oficio.
Trabajar en el bien, por los demás, con amor, con paciencia, indulgencia, con renuncia de nuestro orgullo y nuestro egoísmo. Esas son las herramientas necesarias que harán resurgir de nuestro interior las buenas cualidades que allí depositó el creador del universo, al único al que sí deberíamos querer parecernos.
Javier Campos
Centro Espírita "Entre el Cielo y la Tierra"
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