sábado, 16 de mayo de 2015

Espiritismo y obra social



Espiritismo y obra social

En nuestra sociedad es muy común escuchar hablar de obras sociales. Las más conocidas tienen incluso sus propias publicidades en los medios de información.

Sin embargo, cualquier organización que se complazca en temas morales y espirituales debería tener su pequeño apartado dedicado a esa actividad.

El espiritismo, que basa su realización de mejora personal en las enseñanzas de Jesús, en cada uno de sus núcleos, por pequeño que sea, debería tener presente la posibilidad de esta realización.

En los tiempos en los que grandes catástrofes nos asolan, todos somos capaces de sacar nuestra parte más solidaria, pero es en el día a día, con cada una de las personas que nos rodean, donde el espírita, no sólo debería atender las oportunidades que se le presentan, sino salir a buscarlas.

Muchas veces si somos pocos no nos sentimos con fuerza de emprender este camino, pero es seguro, que si nos unimos a otros como nosotros se podrían alcanzar grandes logros.

La máxima que Kardec nos dejó fue: “Fuera de la caridad no hay salvación” y es de sobra conocida por todos aquellos quienes compartimos estas enseñanzas, pero ¿dónde se quedan las palabras? ¿escritas en un pedazo de papel? ¿se las lleva el viento cada vez que se las escuchamos a algún compañero o compañera? ¿por qué no somos capaces de dejarlas que entren en nuestro corazón?
Emprender una obra social en nuestros centros no requiere de grandes esfuerzos pero sí de mucha voluntad y generosidad.

Sería además, el culminar práctico de todo, lo que  intentamos aprender,  porque la doctrina espirita no requiere ser memorizada sino comprendida y sentida en nuestro interior. Para ello, es necesario practicarla en cada segundo de nuestra existencia.

La solidaridad espírita debe estar presente en el área de la asistencia a la pobreza, a los enfermos y desvalidos, proporcionándoles apoyo en las carencias sociales, económicas, físicas, morales y espirituales.

Esta ayuda se puede dar en cualquier centro, en cada uno acorde a sus condiciones y posibilidades
La atención que podemos dar a un espíritu encarnado puede servirle de guía en esta propia existencia y evitarle el sufrimiento de deambular perdido en el mundo espiritual.

Saber que alguien puede calmar su ansiedad y angustia, simplemente, sintiéndose escuchado,  respetado y tenido en cuenta, debería hacernos sentir de lo más afortunados porque, a veces, una sola palabra puede ser la mayor obra de caridad que podamos realizar.

Además, el trabajo en el bien es la única fórmula que puede hacer mejorar nuestra existencia. No requiere de ningún sortilegio mágico, ni talismán, simplemente funciona por la acción de la Ley de Causa y Efecto.

Si siempre tuviéramos presentes las palabras de nuestro maestro “….todo cuanto hicisteis a uno de estos hermanos más pequeños a mí me lo hicisteis” lograríamos cambiar tantas cosas.
Animaros pues a poner en práctica todo aquello que habéis aprendido para que la cosecha sea siempre productiva.

“Haced, pues, que al veros se pueda decir, que verdadero espiritista y verdadero cristiano, son una sola cosa y una misma cosa: porque todos los que practican la caridad, son los discípulos de Jesús, cualquiera que sea el culto a que pertenezcan.” (El Evangelio según el espiritismo, Cap. XV)

Ana Mª Sobrino
C. E. Entre el Cielo y la Tierra

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lunes, 4 de mayo de 2015

Las voces del cielo


Las voces del cielo

Comienza, en su frontispicio, la obra "El Evangelio según el Espiritismo" con la frase: 

"Los espíritus del Señor que son las virtudes de los cielos, se esparcen por toda la superficie de la Tierra como un ejército inmenso, apenas han recibido la orden; parecidos a las estrellas que caen del cielo, vienen a iluminar el camino y a abrir los ojos a los ciegos."


Y así es como una ley natural: la comunicabilidad con el mundo de lo invisible (o de los espíritus) fue metodizada como todos sabemos por Allan Kardec, o H. L. Denizard Rivail (su verdadero nombre). Este hombre, adalid del pensamiento ilustrado, conocedor e indagador de múltiples áreas del saber, (pues no en balde se formó y formaba a su vez, siguiendo el método pedagógico del mundialmente conocido profesor H. Pestalozzi) tropezó un día con el fenómeno de las llamadas “mesas giratorias” que tanto furor causó en Estados Unidos y cuya fama se trasladó a los salones de toda Europa, incluida Francia, pues era París en los albores del siglo XIX la capital cultural de Occidente. Remiso en un principio, pues ya en su primer tratado de pedagogía (1824) consideraba la creencia en los espíritus de “credulidad supersticiosa”, terminó acudiendo a una, dada la invitación de un amigo. Un espíritu tan despierto como el suyo comenzó pronto a vislumbrar que tras ese aparente juego, más dado a preguntas frívolas o de escasa relevancia, se escondía una ley física nueva y no suficientemente estudiada hasta ese momento por la ciencia. De pronto, él mismo se quedó perplejo. Lo que comenzó como una indagación personal, adquiría el rango de un nuevo saber que era menester poner en conocimiento de más personas. Se abrían de pronto las puertas de lo desconocido, siglos de especulaciones metafísicas y de misticismo se abalanzaban sobre su raciocinio. Era menester recoger toda aquella información de un modo cabal, siguiendo una metodología, dándole un corpus teórico coherente. Hercúlea tarea, a la cual él estaba de sobra capacitado, dada su alta cualificación humanista y científica. Durante tres años (1855-1857) estuvo sentando las bases de lo que sería la obra fundamental, opera prima y síntesis filosófica de la llamada Doctrina de los Espíritus Superiores o Espiritismo. Su labor fue ingente hasta el mismo día de su muerte o desencarnación (1869), acomodando los conocimientos científicos, filosóficos y morales, con las comunicaciones y revelaciones del plano espiritual. Sumiéndolas a la criba concienzuda, sin dejarse llevar por el entusiasmo, ni por la incredulidad acérrima; sino abriendo los temas al debate y feliz discusión constructiva en aquellos postulados que no estaban del todo claros. Con justicia es llamado el codificador de toda esta nueva ciencia de estudio e investigación.

Su más preclaro continuador fue León Denis, hombre autodidacta, sin la erudición del maestro Denizard Rivail, pero con el entusiasmo y la contundencia que da ser un hombre nacido en medio de las inclemencias del pueblo. Comprendiendo la cercanía y necesidad de la gente del mensaje que daba el recién nacido Espiritismo.

Conoció Denis la doctrina de un modo fortuito (si tal cosa es posible): un día paseando por su natal ciudad de Tours, indagador como siempre de las novedades literarias, se quedó contemplando un raro ejemplar que le llamó vivamente la atención. Se trataba del Libro de los Espíritus, de un tal Allan Kardec. Guiado por un febril impulso entró en la tienda y se apropió dicho ejemplar. Su lectura fue un crisol de luz para su alma atribulada. Un bálsamo de paz: "Encontré en este libro la solución clara, completa y lógica, al problema universal. Mi convicción se hizo fuerte. La teoría espiritista disipó mi indiferencia y mis dudas". Dieciocho años contaba el joven Denis, que de bien niño se vio en la necesidad de trabajar para primero ayudar a la maltrecha economía familiar, y después mantener a su madre, tras la temprana muerte de su progenitor. Dedicando las escasas horas que le restaban de sueño al estudio incesante de cualesquier materia que avivara su conocimiento; tal era su imperiosa necesidad de saber y comprender todo lo que le envolvía.

Denis captó como nadie el mensaje social que traía el Espiritismo: era constante su trato con los mineros de la zona del Benelux, bien como confe-renciante, bien mediante correspondencia. Su interés por la educación de los iletrados le hizo participar de movimientos sociales que perseguían tales fines, consciente de la importancia de dotar a las gentes de los medios del saber, únicos capaces de sacarles de la ignominia cultural y social en que se hallaban relegados. Tal era su implicación que muchos tildaron años después que el único defecto de Denis era “ser espiritista”. Mueca iró-nica, pues él comprendía el porqué de sus acciones, y sentía en su fuero interior la revelación espiritista como la más sensata y completa para explicar las disquisiciones existenciales del ser humano.

Habían otros nombres, de más nombre en el campo de la ciencia, que en aquellos años de fines del siglo decimonono apoyaban con su prestigio el movimiento del Espiritismo, o espiritualismo moderno, como preferían lla-marlo ingleses y americanos. Denis aunó cualidades que ellos no poseían: supo estu-diar las obras de los cien-tíficos que comenzaron a preocuparse por el tema de los fenómenos espiritistas, siguiendo los postulados de-marcados por Kardec. En sus obras analizaba con cuidado y detenimiento las inves-tigaciones realizadas por William Crookes o Alfred Wallace; por los miembros de la SPR de Londres (Sociedad de Investigaciones Psíquicas): Myers, Gurdney y Podmore, que publicaron la ingente obra Phantams of Linvings, grueso volumen repleto de casos de apariciones y fenómenos psíquicos; y de cualquier honorable científico que abordara dichas cuestiones. Había mucha controversia sobre la cuestión y los fraudes no faltaban. Denis se informaba de tales publicaciones y sueltos de revistas, para bajo la óptica del Espiritismo lograr una síntesis lógica y cohe-rente que no hacía sino dar realce a lo ya manifestado en las obras de Kardec. Venía a ser un poco la comprobación empírica por gente ajena al Espiritismo de los fenómenos reseñados; algo así y salvando las diferencias, con las comprobaciones de científicos como Eddignton que ratificaban lo propuesto en la teoría de la relatividad de Einstein.

A su vez Denis tuvo contactos con personalidades tales como Conan Doyle, cuya defensa del Espiritismo, no era 100% exacta con la predicada por él. Pero eran más las cosas que les unían, que las que les separaban; haciendo causa común, respetando y valorando las diferencias, como proceso normal de la investigación y el debate en cualquier área del cono-cimiento humano. Pues la finalidad era demostrar que la vida continúa; que el adagio latino mors jauna vitae (la muerte es la puerta de la vida) tiene razón de ser.

El inicio del siglo XX fue igualmente rico en investigaciones psíquicas, naciendo así la Metapsíquica de Charles Richet, y pos-teriormente la actual Parap-sicología de la mano de J. B. Rhine.
Actualmente se ha perdido ese interés por las investigaciones científicas y por los psíquicos que no pertenecen al movimiento espírita. Ningún pionero de la doctrina tomaba al pie de la letra lo dicho por Eusapia Paladino, Douglas Home o las Hermanas Fox, senci-llamente se pasaba por el filtro de la razón lo obtenido, y se conseguía con ello un enriquecimiento y solidez de lo postulado en las obras básicas codificadas por Allan Kardec.

Jesús Gutiérrez Lucas