El fenómeno de la vida
En el año 1 de nuestra era, Roma dominaba prácticamente medio mundo, bajo el mandato del Emperador Augusto. En Roma los ladrones y criminales eran enviados a luchar al circo romano para distraer gratuitamente a la gente y muchos eran destrozados por las fieras. Los gladiadores luchaban con el rostro cubierto con el fin de no reconocerse entre ellos mismos, a veces compañeros o familiares. Y años más tarde los cristianos fueron conducidos a la misma situación para poder distraer al pueblo romano.
Mientras tanto y dentro del ambiente “oficial” que tenía el favor de Augusto, el reinado más largo de la historia romana, aquellos que se enamoraban de “mujeres” eran mal vistos. Los historiadores cuentan que en cierta ocasión un Senador por abrazar a su esposa en público fue destituido de su cargo.
Aquellas niñas o niños que nacían enfermos, eran arrojados al vertedero. Eso sí, antes debían consultar hasta cinco veces a sus vecinos, para que esta decisión tuviese su conformidad. También del vertedero eran retiradas esas criaturas por matrimonios que no podían tener hijos.
Y los jóvenes estaban obligados a vengar hasta la muerte cualquier humillación que los padres hubiesen recibido.
En comparación con el año 1 hemos avanzado, sin embargo, la vida sigue siendo esa gran incógnita. Desde que tenemos conocimiento del paso del hombre por la vida, pensadores, científicos, fisiólogos y filósofos de todas las épocas opinaron e indagaron sobre sus orígenes en nuestro planeta, sin lograr mayores respuestas, por la carencia de elementos probatorios. Y como consecuencia de ello, sondas tecnológicas surcan el espacio sideral buscando similares a la Tierra, en nuestro sistema solar, que aporten datos que permitan afirmar, científicamente, cuándo y dónde tuvo origen la vida en la Tierra.
¿De dónde venimos? ¿Hacia dónde vamos? ¿Qué hacemos aquí en la Tierra?
El conocimiento de la prehistoria se resiente por la falta de documentación, no sólo por lo remoto, sino también por las destrucciones hechas de lo poco que, atravesando los siglos, llegó a las generaciones posteriores. La Biblioteca de Alejandría, por ejemplo, que reunió más de 700.000 volúmenes sobre el pasado de la civilización, fue arrasada, en parte por los romanos de Cesar en el año 45 a.C y por los musulmanes en el 641 d.C. Hubo destrucción en China en el año 240 a.C.; en Roma en el siglo II, en Méjico, Perú y España en el siglo XVI; en Irlanda y Egipto en el siglo XIII.
Por ello, son de lo más diversos los conceptos que existen en torno al fenómeno de la vida, variando de un autor a otro. Los diferentes investigadores discrepan entre sí, en la definición, considerando los factores causales de la vida, cuando son examinados bajo el severo rigor científico. Solo que, raramente, es precisa o definitiva la explicación presentada.
Aristóteles fue de los primeros pensadores que elaboraron una definición de la vida. En los tiempos modernos, Claude Bernard, el eminente fisiólogo francés, manifestó que era imposible poder definir la vida, por ser imponderable, abstracta. Ocurre que los estudiosos en general examinan la materia orgánica (viva) y la inorgánica (inerte), así que la pluralidad de los hechos recogidos y de los fenómenos observados por la Etnografía han sido muy difíciles de clasificar. De allí nació la Antropología, con el mismo objeto que la anterior, pero desde un punto de vista distinto, con la misión de que se apoya, principalmente, en la Anatomía, la Biología, la Filología, la Geografía, la Paleontología y la Arqueología, tomando como base el conocimiento obtenido de las exploraciones realizadas de los grupos humanos que viven en la superficie de la Tierra y lograr una acertada clasificación.
Plinio con su “Historia Natural”, los anatomistas Leucipo y Demócrito, Linneo en “Sistemas de la Naturaleza”, Camper, Pichard publicando “Historia Natural del hombre” y otros más, nos fueron capaces de solucionar la problemática de la vida, pues dos teorías fueron presentadas con ese objeto: el Creacionismo y la Abiogénesis o Generación Espontánea. La primera, el Creacionismo, estribaba en conceptos filosóficos y religiosos, en un Dios Creador, que todo lo elaboró en forma definitiva organizada. La segunda, la Abiogénesis, sería una consecuencia de un mecanismo de que se valió el Creador para el surgimiento de las formas vivas y en cierto modo, complementando lo anterior.
Algunos científicos, Pasteur entre ellos, demostraron que no era variable la segunda, cuando probaron, mediante experiencias en las cuales se imposibilitó la presencia del aire y del polvo cargados de bacterias y gérmenes, que la vida no se originaba en tales organismos. El Creacionismo sufrió rudos embates por cuenta del materialismo, que ridiculizada la teoría de una vida de biotipos concluidos, definidos, estructurados en patrones exactos.
En 1807 Juan Bautista Lamarck al publicar su “Filosofía Zoológica”, dando lugar al Transformismo, expone en cierto modo, la teoría de la Evolución o Evolucionismo, y aun cuando aclaraba las modificaciones de los seres vivos, no consiguió establecer el origen de la vida, resaltando que “somos espíritus en evolución, viviendo actualmente una experiencia carnal. Pero somos ante todo espíritus creados para nuestro progreso”.
En 1859 Broca, considerado uno de los “jefes” de la Antropología moderna, fundó en París la Sociedad de Antropología y en ese mismo año Darwin publica “El origen de las especies” después de 25 años de preparación, obra ésta que abrió una gran expectativa en el conocimiento científico, por cuanto la teoría de la Evolución o Evolucionismo estaba ya encaminada hacia el esclarecimiento de muchos puntos oscuros que existían sobre los orígenes del hombre sobre el planeta que le sirva de cuna y escuela.
Entre Lamarck y su obra ya citada - ya que era el fundador de las teorías de la generación espontánea y del transformismo- y Darwin, con su concepto del evolucionismo, surge en 1857 el pensamiento de Kardec, como intérprete del conocimiento de los Espíritus, para informar que en el proceso de la Evolución Anímica o Espiritual, se encuentra encerrada la clave del misterio de la vida.
Juan Miguel Fernández Muñoz
Asociación de Estudios Espíritas de Madrid
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