En la visión espírita, el ser humano es entendido bajo el prisma de la inmortalidad del alma, como un ser eterno, hijo de Dios, que marcha rumbo al progreso y a la felicidad ejerciendo una libertad relativa dada por Dios a sus hijos. En este proceso, pasa por las múltiples vidas sucesivas o reencarnaciones, guiado por las leyes de justicia y misericordia, ambas derivadas de la ley del amor que regulan el equilibro de la creación. Cada vez que el ejercicio de la libertad humana quebranta la ley del amor, el ser entra en desequilibrio consigo mismo y con el universo y cuando él insiste en su comportamiento, que confirma las tendencias y los hábitos y con frecuencia la creación de vicios en el alma, acciona mecanismos automáticos y naturales de reequilibrio y rearmonización ante la ley divina, que está inscrita en su conciencia. Guiado por el amor el ser evoluciona, construyendo su camino de la forma que le place, determinando acciones que generan reacciones, dentro de la ley del progreso inexorable. De esta forma atrae hacia él las circunstancias justas y necesarias con miras al crecimiento, así como construye circunstancias que no serían exactamente necesarias para su progreso pero que expresan su momento evolutivo y sus dificultades morales.
El cuerpo humano, teniendo sabiduría innata al servicio del espíritu inmortal que lo habita y conduce, obedece a la conciencia profunda manifestando salud o enfermedad conforme esté el ser equilibrado o desequilibrado ante la ley del amor, sea consigo mismo o con el prójimo. Con esta visión, las enfermedades se manifiestan como el resultado del posicionamiento del ser en el mundo, de acuerdo con su forma de pensar, hablar y actuar, posición esta reafirmada a lo largo del tiempo, de las vidas sucesivas y muchas veces cristalizada en actitudes de desamor y falta de consideración a los sentimientos superiores del amor, respeto, consideración, etc. La enfermedad se presenta como una invitación, un llamado del alma, manifestando su momento evolutivo, sus conflictos, su estado mental y emocional, así como sus necesidades espirituales.
Al reencarnar el espíritu elige el género de pruebas y por medio del análisis de su estado presente, resultado de su pasado espiritual, conoce sus tendencias y predisposiciones, escogiendo las pruebas que le sirvan como fuente de progreso y expiación de las faltas cometidas, proponiéndose apaciguar la conciencia y manifestar salud general del cuerpo y del alma.
André Luiz nos enseña que las enfermedades infectocontagiosas se establecen en las áreas de predisposición mórbida que existen en el psiquismo y en el cuerpo espiritual, como consecuencia natural de la resonancia magnética y de la necesidad de reequilibrio del ser inmortal. La infección por el VIH es una circunstancia atraída por el individuo hacia su vida por diferentes motivos, que deben ser siempre individualizados, aunque en líneas generales podemos decir que favorece el desarrollo del autoamor, del autocuidado, de la individualización, el establecimiento de límites y sobre todo la reeducación sexual y afectiva profundas, cuando éste aprovecha la oportunidad para su despertar espiritual.
André Luiz nos aclara que “es muy raro que las enfermedades no estén relacionadas directamente al psiquismo. Todos los órganos están subordinados a la ascendencia moral”. El patrón mental y emocional del portador del virus, así como los cambios que haga para volverse más cariñoso consigo mismo y con el prójimo, más atento con las relaciones afectivas y con los compromisos asumidos con otros corazones, actuarán directamente en la intimidad de las células y del sistema inmunológico, activando las defensas naturales del cuerpo e inhibiendo la replicación viral. De esa forma el VIH puede volverse una enfermedad crónica controlable, como la diabetes o la hipertensión arterial, no causando sufrimientos dispensables ya que el amor cumplió su papel educativo en la vida del individuo.
El mensaje de Cristo, expresado en la sabiduría del Evangelio, invita a todos a reflexionar sobre su posición como hijos de Dios, su papel como co-creador y el desarrollo de los dones divinos que haya en sí. Representa la fórmula de salud por excelencia, conduciendo al hombre de vuelta a Dios.
El espíritu Joseph Gleber, médico alemán del síglo XX, nos informa que “La salud es la conexión real criatura-creador, y la enfermedad lo inmediatamente contrario de tal hecho”. Es útil preguntarse ante la infección del VIH los porqués y paraqués de la experiencia, extrayendo del dolor la madurez imprescindible para pasarla con provecho. Para ello es necesaria una postura permanente de atención sobre uno mismo y autoconocimiento, así como hacer esfuerzos por el dominio de sí mismo, dentro de la perspectiva optimista y esperanzadora que el Evangelio propone. En esa visión no caben culpas, pensamientos o acciones depresivas y autopunitivas y sí coraje y mucho ánimo para superarse cada día, desarrollando el autoamor que ayude a despertar el amor al prójimo, como medida de cura efectiva del alma.
El Espíritu Franklim nos ofrece un testimonio de su experiencia de madurez con el VIH, diciendo “En mi caso particular, el sida funcionó como el ángel del dolor que me liberó de las garras del vicio y del desequilibrio moral. Tal vez algunos se sorprendan por hablar de esa forma, pero después de la jornada triste y sombría que realicé, cuando estaba encarnado, en las locuras de la falta de reglas, la enfermedad hizo de freno, proporcionándome la oportunidad de revisar mis pasos en la vida moral y gracias a la ayuda de los amigos espirituales, pude liberar mi conciencia de la pesadilla del mal y del desequilibrio”.
La doctrina espírita, ofreciendo aclaraciones y orientaciones sobre la naturaleza del ser y su relación íntima con la materia, las consecuencias físicas y morales de sus actos, ofrece un amplio camino de aceptación de sí mismo y responsabilidad espiritual ante las circunstancias del camino. La fluidoterapia, por medio de los pases y el agua magnetizada, así como la renovación de los patrones del alma, son recursos medicamentosos efectivos y profundos ofrecidos gratuitamente bastando con la aceptación por parte del sujeto de sus responsabilidades y potencialidades espirituales y la decisión por mejorarse continuamente en la marcha del progreso.
La casa espírita, como lugar sagrado de acogida y educación de los convidados de Jesús, debe ser un espacio de fraternidad e instrucción, que abre sus puertas a los portadores del virus VIH y las demás patologías, que deseen comprenderse bajo la visión inmortalista espírita, sin críticas, preconceptos o juzgamientos. El trabajo espírita, centrado en el amor al próximo orientado por Jesús, es el trabajo de compasión y misericordia, ofreciendo a aquellos que así lo deseen un bendito campo de estudio y trabajo, renovación y entendimiento, para la conquista de la salud integral.
Finalmente, la casa espírita debe cumplir con su papel de estimuladora y propiciadora de la práctica del bien, nuestro mayor y mejor abogado en toda hora. Emmanuel nos dice que “ Cuando la justicia nos busque para prestar cuentas, si nos encuentra trabajando en favor del prójimo, la misericordia divina le manda que regrese sin fecha prevista de vuelta”. Y complementa André Luiz “El bien constante genera el bien constante y manteniéndonos infatigables en la acción del bien, todo el mal acumulado por nosotros se atenúa, gradualmente, desapareciendo por el impacto de las vibraciones de auxilio, nacidas en nuestro favor, en todos aquellos a los cuales dirijamos el mensaje de entendimiento y amor puro, sin necesidad expresa de recurrir al concurso de la enfermedad para eliminar las insinuaciones de las tinieblas que, eventualmente, traten de inmiscuirse en nuestro ámbito mental. El amparo a los otros crea auxilio para nosotros mismos, motivo por el cual los principios de Jesús, extirpando de nosotros la animalidad y el orgullo, la vanidad y la codicia, la crueldad y la avaricia, a la vez que exhortándonos a la simplicidad y la humildad, a la fraternidad sin límites y al perdón incondicional establecen, cuando son observados, la inmunología perfecta en nuestra vida interior, fortaleciéndonos el poder de la mente en la autodefensa contra todos los elementos destructores y degradantes que nos cercan y articulándonos las posibilidades imprescindibles para realizar nuestra evolución hacia Dios”.
Andrei Moreira
Médico de familia y comunidad y homeópata
Presidente de la Asociación Médico-Espírita de Minas Gerais – Brasil
www.amemg.com/br
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