Todas las grandes religiones han tenido dos aspectos, uno aparente y otro oculto. En el oculto está el Espíritu, en el aparente la forma y la letra.
Allan Kardec, el codificador de la Doctrina Espírita, dijo que el ser pensante está constituido de tres elementos: El espíritu eterno, que es el principio inteligente del hombre, el periespíritu, o cuerpo de plasma biológico, verificado por la cámara Kirlian y la materia, que es la sombra transitoria que pasa.
El género humano no es solamente el ser que actúa por sensaciones, sino también por sentimientos.
Por ello hablar de la muerte y de los muertos especialmente, es algo que nos sumerge en una gran tristeza. Primero porque sabemos que cuando a nuestro cerebro le falta la oxigenación que llega a través de la sangre, morirá y nuestro cuerpo físico también y esto ha de llegar un día. Y después, porque aquellos seres queridos que viven y han vivido con nosotros, que compartieron nuestras vidas y experiencias, llegará un momento en que ya no estarán físicamente a nuestro lado, y esto nos produce desconsuelo y pena.
Pero afecta mucho más a todos aquellos que no conocen las relaciones que existen entre el mundo físico y el mundo espiritual.
La muerte es un fenómeno inherente de la vida, que no se puede dejar de considerar.
Hablar en este artículo de los muertos, es encender una luz de esperanza, y para ello debemos comentar que la continuación de la vida es una realidad y que son muy variados los datos constatados que confirman este comentario:
Los recuerdos de episodios vividos en épocas anteriores que apuntan hacía la reencarnación, las visiones de moribundos en fase terminal que demuestran la presencia de familiares y amigos difuntos que normalmente los vienen a buscar, las experiencias de casi muerte (E.C.M.), durante las cuales la persona permanece consciente y es capaz de observar otro nivel de existencia en el más allá y puede relatar posteriormente lo que observó durante su muerte aparente, las vivencias fuera del cuerpo, o sea las proyecciones del “cuerpo astral” durante las cuales conserva su conciencia despierta, y finalmente la transcomunicación mediúmnica e instrumental (T.C.I.), que permite recibir a través de los aparatos electrónicos actuales, noticias de otros planos de existencia.
La muerte del cuerpo es apenas el cambio de lugar por parte del espíritu. No obstante, debemos recordar que la muerte no elimina el continuismo de la conciencia tras la separación del cuerpo.
Si desde la más tierna edad se crease el hábito, o la costumbre, de meditar, considerando que la conciencia no muere, permanece, la muerte perdería su efecto tabú de aniquiladora, odiosa destructora del ideal, del ser, de la vida.
El tradicional enigma de lo que sucede después de la muerte debe ser de interés relevante para el hombre, que meditando, encontraría el camino para descifrarlo.
La curiosidad por lo desconocido, la tendencia de investigar los fenómenos nuevos, son atracciones para la mente. La intuición de la vida, el instinto de preservación de la existencia, las experiencias psíquicas del pasado y parapsicológicas del presente, atestiguan que la muerte es un vehículo de transferencia del ser “energético” pensante, de una fase o estado vibratorio a otro, sin importante alteración estructural de su psicología.
De este modo, se muere como se vive, con los mismos contenidos psicológicos que son los cimientos (inconsciencia) del yo racional (conciencia).
En esta panorámica de la vida (en el cuerpo) y de la muerte (del cuerpo) resalta el factor decisivo en el comportamiento humano; el apego a la materia, con sus consecuentes emociones perturbadoras y comportamientos yacentes en la personalidad.
Bajo este punto de vista, la manifestación del instinto de conservación es valiosa, por limitar los desvaríos del hombre.
Decía Ernest Heminway que “El hombre que ha empezado a vivir seriamente por dentro, empieza a vivir más sencillamente por fuera”.
El hombre aspira a sondear lo que le ocurre al otro margen de la vida, y es de allá que han estado viniendo inagotables informaciones, noticias, nuevos desafíos, demostrando todos ellos la indestructibilidad de la vida, rompiendo el engañoso silencio y el falso reposo de los fallecidos.
Fueron aquellos que atravesaron la frontera, los que volvieron para aclarar el acontecimiento mortuorio, hablando sobre la inmortalidad a la que retornaron. Sus lecciones propiciaron el surgimiento de la fe religiosa, de los cultos –aún de los más extravagantes-, de algunas filosofías, pero no superando a la Doctrina Espírita presentada por Allan Kardec.
El resultado de perfeccionadas observaciones y experimentos de laboratorio, probaron la sobrevivencia del ser a su descomposición orgánica. Hay transformación, nunca aniquilamiento. La conciencia no se extingue con la desorganización cerebral. Independiente de ella, se convierte en el instrumento por el cual se expresa, pero, no es indispensable a su existencia.
Los fenómenos mediúmnicos de ectoplasmia, videncia, psicofonía, psicografía y los más modernamente estudiados por la metaciencia, que se vale de complejos aparatos- spiricón, videocóm - atestiguan la continuación e independencia del espíritu a la muerte del cuerpo.
Hemos vivido, vivimos y viviremos, y nos reuniremos con nuestros seres queridos, si nos encontramos en la misma sintonía, en la misma onda espiritual, para ello debemos empezar ya a despojarnos de nuestros egoísmos, de nuestros apegos materiales y elevarnos por encima de lo superfluo, de lo que nos trasciende.
Juan Miguel Fernández Muñoz
Asoc. Estudios Espíritas de Madrid
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