Hay algunas investigaciones, publicaciones de ocio de contenido científico, etc., que se inclinan a considerar que es complicado una relación de auténtica amistad entre hombres y mujeres. Este pensamiento suele incidir que incluso cuando se da realmente, suele estar oculto un resquicio de atracción..., de tal manera que si alguna vez este es lo suficientemente fuerte como para desembocar en una actividad sexual, si esto ocurre, antes o después, la amistad se termina accidentando (sólo en contadas ocasiones esta prosigue más allá de la experiencia sexual).
Sea como fuere, casi todos conocemos casos de amistad entre ambos sexos, aunque quizá también sea cierto que si existe atracción sexual, la cosa se complica bastante por aquello de los condicionamientos biológicos y culturales, a no ser que el impulso sexual sea superado o sublimado.
Hay casos, quizá no demasiados (pero su existencia expresa que sí es posible), que después de agotar una etapa como compañeros sentimentales y finalizar como pareja, la relación continua por los cauces de la amistad... incluso se hace más auténtica.
Qué duda cabe que los hombres y las mujeres están llamados a comprenderse también más allá de los roles sexuales, superando los límites reduccionistas del paradigma sexista. Reducir a la mujer y al hombre, al papel de esposa, novia, marido o amante (es decir, no ir más allá de lo familiar, romántico o lo erótico) es por demás simplista, resultado de una cultura cargada de comodismo emocional e incapaz de ver más allá de las expresiones inmediatistas.
La mujer que le cuesta trabajo ver en el hombre otra cosa que no sea una proyección romántico-sentimental, o el hombre limitado a ver a la mujer como una posibilidad sexual (o viceversa), pasan la vida perdiendo preciosas y transformadoras experiencias de relacionamiento no sexista.
El potencial del ser humano no se agota en el rol de esposos, novios o amantes. Si somos capaces de sentir más allá de esos papeles, tendremos ocasión de tener y disfrutar una relación de amistad también con el otro sexo, porque, qué duda cabe; hay relaciones verdaderamente especiales y nutritivas y no tienen por que ser de pareja, ni tienen por que descansar sobre una base erótico-sentimental (y por lo tanto inestable y en la mayoría de los casos... perecible).
En los últimos 30 años se ha observado un cambio y, al mismo tiempo, un relajamiento en las relaciones entre hombres y mujeres: compartir el mismo espacio laboral, la integración sexual femenina, una menor exigencia reproductiva, etc., han contribuido (por natural mecanismo adaptativo) no solo a encontrar espacios comunes (laborales o de ocio), sino a suavizar los papeles “masculino” o “femenino” (el hombre se hace más consciente de su parte femenina o ánima y la mujer de su parte masculina o ánimus).
Al fin y al cabo, desde el punto de vista de la ciencia del espíritu, “hombre” o “mujer” son términos para nada absolutos, tan solo son expresión temporal del ser inmortal (asexual) que todos somos en esencia.
Parecido a lo que ocurre cuando vencemos prejuicios afectivos en el relacionamiento con personas del mismo sexo, cuando nos atrevemos a ir más allá de los estereotipos sexistas limitadores, el hombre y la mujer pueden experimentar el uno en el otro matices emocionales insospechados y de sublime complicidad. Podemos entrever una verdad esencial oculta en la paradoja de existir en ocasiones, mucho más afecto genuino entre dos amigos, que entre una pareja (sea del sexo que fuere).
La amistad verdadera, como el amor, no entiende de géneros, ni se detiene por los límites (mentales) de la biología o los estereotipos de la cultura.
Juan Manuel Ruiz González
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