A veces en nuestra infantil percepción de las cosas que realmente tienen valor, pensamos que un centro necesita a un doctor en filosofía, o un psicólogo, alguien con carrera para impulsar con seguridad al grupo. Y no es así en absoluto, no son las cualidades intelectuales adquiridas lo que va a elevar y proteger a un grupo, sino las cualidades del corazón, el sentido común y la madurez emocional, sin las cuales todos los títulos del mundo o toda la experiencia doctrinaria por sí sola, nada van hacer.
No todos venimos a prestar el mismo servicio, hay hermanos más humildes, culturalmente más distantes de nuestra época, y a estos sería pecar contra el principio de caridad (virtud sagrada en un centro que se diga espírita) si se les exigiese el mismo tesón y el mismo ritmo que otros completamente habituados a la lectura, a las disertaciones, etc. Esto no significa que no animemos siempre a la lectura, a veces podemos (y debemos) recomendar una obra específica que pensemos que la persona pueda hacerle bien, pero siempre de una manera discreta y amiga, sin caer en una actitud aparentemente cordial pero que esconde una velada exigencia. En un centro, el dirigente o los compañeros pueden exigir muy pocas cosas a nadie más allá de atender el horario, el correcto comportamiento y el respeto de unos hacia otros... esto sí, pero nada más; un centro espírita no debe ser un lugar de exigencias.Ser discreto y racional es algo que la propia escuela espírita aconseja, pero esto no quiere decir que la desconfianza guíe nuestras actuaciones, pues poca luz puede filtrar una mente y un corazón desconfiados.
Si nos habituamos a focalizar la atención sólo en los aspectos negativos (sean reales o figurados) terminaremos condicionando nuestra mente a captar y resaltar lo malo, lo que es mejorable, etc., y sin embargo, no captaremos lo bueno, los logros de las personas, etc., simplemente porque nos pasará desapercibido. Algunos podrán alegar que es cuestión de disciplina y vigilancia, cuando esa actitud interiorizada de recelo perfeccionista no es precisamente señal de disciplina. Podemos habituarnos a llevar de manera continuada el “piloto rojo” de alarma encendido, y pensar que es normal... pero no lo es en absoluto.
Por otra parte, ¿cuántas de las cosas que nos parecen erróneas o negativas de los demás, sólo lo son por no ajustarse a nuestra manera de ver las cosas, que no tiene por qué ser la mejor, ni la única? Además, la ecuación es simple: tener un excesivo nivel de exigencia redunda en desconfianza y esta a su vez en negatividad, algo que no es útil ni sano, y menos trabajando con cuestiones espirituales.
Debemos buscar el punto medio entre preocuparse por mantener un ambiente ordenado y formal, y el generar un clima rígido donde la espontaneidad y la confianza fraterna queden bloqueadas. Esto se hace especialmente problemático en una reunión mediúmnica, donde un adoctrinador de carácter duro y exigente puede llegar a ser más un problema que una solución.
Es muy sano (es imprescindible) partir de la base de que todos somos imperfectos, y por lo tanto tendremos que contar con esa limitación perfectamente natural entre nuestros trabajos. Tengamos buena voluntad, dedicación, intentemos hacer las cosas lo mejor que podamos, pero no caigamos en el hábito de exigir lo que ni siquiera los Espíritus superiores nos exigen a nosotros.
La prudencia siempre será uno de los atributos del espírita concienciado, pero la desconfianza sistemática, el alto patrón de exigencia de algunos dirigentes y el recelo pueden (aún en el nombre de la precaución y la vigilancia) desviar instrucciones positivas del mundo espiritual, como también obstaculizar valiosas e inspiradas aportaciones de los compañeros de reunión.
Como en todo, intentemos ajustarnos al medio término; ni tan abiertos que nos entre todo... ni tan cerrados que no entre nada.
Juan Manuel Ruiz González
1 comentario:
Muy acertados comentarios Juanma, siempre hay luz en tu entendimiento y sutilidad en tus sugerencias. Estoy 100% de acuerdo con lo que has dicho.
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