Son días competitivos estos en que vivimos, sin duda alguna.
La sociedad, el mercado de trabajo, las necesidades personales, todo toma forma y complejidad.
Los ordenadores que hace poco no existían, interconecta o aísla aquellos que de ellos no hagan el uso adecuado.
Los cursos de lenguas extranjeras, las post-graduaciones interminables, los estudios, las escuelas, todo en nombre de la competitividad.
Así, lo que ayer bastaba para educar, hoy parece poco.
Y, en el ansia de dar instrumentos suficientes a nuestros hijos para enfrentar el voraz monstruo de la competitividad, vamos, sin medidas, buscando todos de todo, para que ellos puedan ser los mejores, ser más, ser el primero, ser, en fin, lo que aprendió a competir.
Para eso, no contamos los esfuerzos en las horas interminables de los cursos, de los deportes, del refuerzo escolar, de la clase, comprando las herramientas para que él trabaje, para ser competitivo.
Pero al final, paró usted a preguntarse ¿para qué educamos a nuestros hijos? ¿Qué armas y qué combates desea usted que él esté listo para enfrentar?
Si nos preguntaran qué necesita el mundo, o qué falta en nuestra sociedad, de pronto enumeramos las virtudes que nos hacen falta al alma: honestidad, respeto al prójimo, compasión, solidaridad.
A fin de cuentas, ¿quién de nosotros no desearía un mundo lleno de todo eso?
Pues bien, es ese el mundo que deseamos. Y ciertamente es el mundo que deseamos para nuestros hijos. Pero ¿será que ellos estarán preparados para un mundo así?
¿Será que nuestros hijos tienen elementos en el alma para que vivan en un mundo de tolerancia, compasión, solidaridad? ¿Cuánto del alma de nuestros hijos, está listo para un mundo de esos?
¿Será que en la educación de nuestros pequeños hay espacio para lecciones de tolerancia?
El niño, el joven que no experimenta la lección del convivir con las diferencias, viendo que somos apenas diferentes por el lado de afuera, pero que por dentro todos somos hijos del Padre, jamás sabrá de lo que se trata el tolerar.
¿Es compasión? ¿Ya tratamos de esta materia en la escuela del corazón, que nuestro hijo también cursa aquí en la Tierra?
Ningún niño o joven tendrá idea de cuán leve queda el alma en el placer de minimizar el dolor y dificultad ajena, si nunca le diesen la oportunidad de hacerlo.
Solidariedad. ¿Ya se habló de esto en la escuela del hogar? En un mundo donde las desigualdades florecen aquí y allá, ¿ya paramos para enseñar a nuestros amores la necesidad de extender la mano para ayudar a minimizar la miseria, sea del cuerpo o del alma ajena?
No podemos olvidar que la primera escuela de la vida es el hogar, y es en él que las lecciones que deseamos para el mundo deben ser aprendidas.
De nada vale que deseemos un mundo sin violencia, si no enseñamos la dulzura y la docilidad a nuestros hijos.
Y en días desafiadores como esos que se presentan, donde las personas pierden referencia de los valores, donde las lecciones del alma se perdieron con el afán de educar la mente, buscando tan sólo que seamos competitivos, es en el hogar que debemos cultivar los valores nobles, que hacen al alma fuerte para enfrentar las dificultades de la vida.
No más la preocupación de que aprender a ser competitivos, sino que entendamos que ser cooperadores es la lección que la vida nos guarda como el mejor aprendizaje.
Al final, la mayor oportunidad que la vida nos ofrece al estar aquí es fundamentalmente que aprendamos a conjugar en la práctica vivencial de cada uno, un único verbo: amar.
Momento Espírita
www.momentoespirita.com.br
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