sábado, 3 de abril de 2010

CARTAS A EL ANGEL DEL BIEN - LAS VIRTUDES

Voy a intentar explicar, bajo mi punto de vista, como nos ayudan las VIRTUDES, tan necesarias en este bendito caminar del espiritismo y tan difíciles de hacerlas germinar.

El agradecimiento por todo lo que Dios pone a mi alcance cada DÍA, me da la fuerza necesaria para caminar por esta bendita senda. Mis compañeras de viaje la, FE y la ESPERANZA.
Comienzo el camino pidiendo a Jesús, que es mi punto de apoyo, VOLUNTAD y FIRMEZA para poder llegar a la meta DIOS.

Llevo un callado en el que me apoyo, la, HUMILDAD.

La senda tiene dos barandillas a las cuales tengo que asirme la mayoría de las veces, son la DISCIPLINA y el TRABAJO.

Llevo como protección la CARIDAD, GENEROSIDAD, INDULGENCIA Y AMOR.
En esa senda hay muchas piedras que obstaculizan mi paso, pero pensando en Jesús y sabiendo lo que me espera al final del camino, aunque es largo, empinado y lleno de dificultades, con ese callado maravilloso voy apartando la piedra del orgullo, egoísmo, soberbia, pereza, críticas, juicios, imprudencia…
Pero estoy tan convencida, de lo SUBLIME que voy a encontrar cuando alcance la meta, que merece la pena, la andadura por miles y miles de vidas que me quedan por recorrer.
He copiado un pasaje de “El Evangelio según el Espiritismo”, muchas de las personas que nos leéis ya lo conocéis, pero, habrá otro montón de personas, que a lo mejor es la primera vez que les llega nuestra revista y seguro que les encantará.

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LAS VIRTUDES

“Me llamo Caridad. Soy la senda principal que conduce hacia Dios. Seguidme, pues soy la meta que todos os debéis proponer.

He dado esta mañana mi paseo habitual y, con el corazón lacerado, vengo a deciros. ¡OH, amigos míos, cuantas miserias y lagrimas, y cuanto debéis hacer para enjugarlas todas!
En vano traté de consolar a las pobres madres. Les decía al oído: “¡Valor, hay corazones bondadosos que velan por vosotras! No seréis abandonadas. ¡Paciencia! Dios está allá y sois sus amadas, sus elegidas.” Ellas entonces parecían haberme escuchado y volvían hacia mí sus grandes ojos asustados. Y yo leía en sus pobres rostros que su cuerpo, ese tirano del espíritu, tenia hambre, y que sí mis palabras tranquilizaban un poco su corazón, no llenaban su estomago. Seguía repitiéndoles: “¡Valor, valor!” Y una pobre madre, muy joven, que amamantaba a un niño pequeño, lo tomó en sus brazos y lo tendió hacia el espacio vació, como para rogarme que protegiese a ese pequeño ser desventurado que solo encontraba en un seno estéril un alimento insuficiente.

En otras partes, amigos míos he visto a míseros ancianos sin trabajo, y pronto también sin asilo, que experimentan todos los padecimientos de la necesidad y, avergonzados de su miseria, no se atrevían, porque jamás habían mendigado, a implorar la caridad pública. Con el corazón lleno de piedad yo, que nada poseo, me convertí en mendiga para ellos, y voy de aquí para allá alentando la beneficencia, inspirando buenos sentimientos a los corazones generosos y compasivos. De ahí que acuda ahora a vosotros, amigos míos, y os diga: Hay allá infortunados cuya cesta está sin pan, el hogar sin fuego y el lecho sin mantas. No os prescribo lo que debéis hacer, dejo a vuestros bondadosos corazones la iniciativa. Si os dictara vuestra línea de conducta no tendríais ya el merito de vuestra buena acción. Simplemente os digo: Soy la Caridad y os tiendo la mano para vuestros hermanos sufrientes.

Pero sí pido, también doy, y doy mucho. Os invito a un gran banquete, yo proveeré el árbol en el que todos os saciareis. ¡Ved cuán bello es y como esta pletórico de flores y frutos! Id, id y recoged, cosechad todos los frutos de ese hermoso árbol que se llama beneficencia. En el lugar de las ramas que le hayáis cortado pondré todas las buenas acciones que vosotros vais a realizar y llevare ese árbol a Dios, para que Él lo cargue de nuevo, porque la beneficencia es inagotable. Seguidme, pues, amigos míos, para que os cuente en el numero de quienes se enrolan bajo mi bandera. No temáis, que os conduciré por la senda de la salvación, porque yo soy la Caridad. (Caritá. Martirizada en Roma, Lyon, 1861)

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