martes, 9 de febrero de 2010

Biografía Capitán Lagier

En esta edición, hemos querido hacer homenaje al venerable Capitán Lagier, quien, en 1863, a bordo de “Le Monarch” traía escondido a Barcelona, ya que estaba prohibido, “El libro de los Espíritus” que tanto le ayudó y que tanto ayuda a la gente.

Nos gustaría además concretar que nació a la 1,30 hrs de la madrugada del día 12 de Marzo en Alicante, adoptando el nombre de Ramón Eulogio Bonaventura y apellidado Lagier Pomares Calpena Sánchez y desencarnó en Elche el 28 de Octubre de 1897.

Desde aquí le mandamos nuestro más sincero cariño allá donde se encuentra.


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Muy Sra. Mía y respetable directora: El 28 del pasado mes de Octubre dejó su envoltura corporal a los 76 años de edad, el venerable anciano y querido maestro Don Ramón Lagier y Pomares, uno de nuestros hombres del espiritismo, que han honrado su credo dando a conocer a sus semejantes por sus frutos, del árbol de que procedía. Conocida y pública es la historia de sus hechos, por haber contribuido con ellos, en época gloriosa, a la regeneración de las libertades públicas. Algunos periódicos publican su biografía política y alguno de sus amigos encomian sus virtudes cívicas, atribuyendo los hechos de su vida honrada, a sus ideales románticos. Y si bien en todas esas publicaciones se engrandece su memoria por las virtudes que atesoraba como hombre público, también todos desconocen las causas que lo motivaron.

Don Ramón Lagier y Pomares, nació en la ciudad de Alicante, donde a la sazón vivieran sus padres, pasando sus primeros años en este campo en compañía de sus abuelos maternos, acomodados labradores y a donde se refugiaba su familia por la proscripción de su padre, y en cuyo punto aprendió las primeras letras y también los rudimentos prácticos de labranza. Vuelto de la proscripción su padre, regresaron a la ciudad natal donde amplió su educación con el estudio de la carrera de Náutica y muy joven todavía surcó el Mediterráneo en pequeñas embarcaciones de cabotaje y, también joven, tomó estado creándose una familia. La actividad de hombre trabajador y laborioso le valió a los pocos años mandar un barco propio, pero a los pocos años también, perdió a su esposa, y con ella su barco y capital, quedándose cuatro hijos sin el amparo y calor de su madre, ni el consuelo de sus ascendientes de ambas líneas, que les arrebatara a todos el azote epidémico del cólera. La orfandad en que quedaban sus hijos le alienta a multiplicarse para ellos y suplir con su cariño el que les faltaba en su tierna edad por la muerte de su madre; y en estas circunstancias de su vida se asoció a la compañía de navegación del que fue después Marqués de Comillas, mandando el primer buque de vapor español. Como este nuevo estado de su negocio le apartaba del regazo de los suyos, a quienes tanto quería, determinó llevárselos a Marsella, centro de sus expediciones y en cuyo punto disponía de más días hábiles para poder dedicarse a ellos; colocando a sus dos hijos en un colegio dirigido por jesuitas y a sus dos hijas bajo la custodia de la casa armadora que residía en aquella capital. Su hombría de bien le ganó la confianza de la casa y viento en popa surcó los mares en busca del bienestar de sus hijos a quienes dedicaba todos sus afanes.

Pero procelosa y llena de accidentes ha sido la vida de sus primeros años y cuando mejor andaban sus asuntos y negocios, nuevo golpe le amagaba el destino. En el regreso de uno de sus viajes, encontrose haber muerto uno de sus hijos a consecuencia de violencias sodomitas que emplearon con aquel inocente en el colegio a donde se educaba; y en aquella tribulación de su espíritu, para lacerarle más y hacer más acerba su vida, un anónimo le anuncia que le prostituían a sus hijas en la casa a donde las confiara. Y lleno de dolor y amargura acudió a los tribunales pidiendo justicia y castigo para los perversos, llegando hasta el trono de los Emperadores; y en estas contiendas donde luchó como un titán, perdió la casa a donde se ganaba el pan, su fortuna de algunos años de trabajos y desvelos y su creencia en Dios, que no lo encontraba ya, ni en la Tierra haciéndole justicia, ni en el cielo infundiéndole esperanzas. Había agotado todos sus ahorros y todas sus influencias; le quedaban amargura en el corazón y los últimos maravedises de su fortuna; había mandado a España a sus hijos para que en el calor de la familia aprendieran virtudes que les robaron los sectarios de la religión del amor y de la caridad… Y un día, solo, vagabundo por las calles de aquella Jerusalén para él dolorosa, abrigaba ideas de suicidio que se le acentuaban más a medida que se acercaba la noche; cuando a los primeros resplandores del alumbrado de la ciudad, se fijó en las de un fanal que con gran pompa anunciaba haber llegado “ El libro de los Espíritus”. Se acercó a la tienda pidiendo un ejemplar, y a sus instancias repetidas, el comerciante desclavó el cajón y le dio el primer libro, que fue a hojear en uno de los cafés: y allí pasó largas horas sin que se apercibiera que había quedado solo; y cuando le avisaron de que iba a cerrarse el establecimiento, se levantó con los ojos anegados en lágrimas, pues aquel libro fue el Ángel que Dios le enviaba para salvarle y regenerarle.

Su corazón, ávido de consuelos, los había encontrado en aquel libro que le hizo ver racionalmente que no existía efecto sin causa; que el hombre era el viajero del infinito y del espacio; que el espíritu en su libre albedrío se hacía solidario de sus hechos, a través de la encarnaciones; que su mayor bien dependía de su laboriosidad y bien practicado, lo cual constituía el progreso; y que a Dios, se acercaban sus hijos, por la mayor suma de conocimientos de su obra y por las prácticas del amor y la caridad con sus semejantes.

Fortificado su espíritu con estas enseñanzas, se trazó nuevo plan de vida que ha llevado a cabo con las bondades que todos le reconocen y con las energías propias de un hombre bueno y convencido, que ha penetrado el misterio de la vida del hombre, o sea, de dónde viene, a qué viene, y a dónde irá.

De regreso a la patria, a poco de su llegada, buscó colocación en otra casa armadora, la cual le costó trabajo el adquirir, pues los secuaces de su desdicha, habían esparcido voces de que el capitán se hallaba desequilibrado en sus facultades mentales.
De nuevo surcando los mares, en contacto con las regiones andaluzas de donde procedía su barco, le adquirió amistades con los proscritos de la monarquía por sus ideas de libertad; y como él fuera uno de las víctimas del despotismo y del privilegio, ocasión propicia se le presentaba, asociándose a aquellos hombres ilustres, con los cuales iba a contribuir en cuanto alcanzaban sus medios y energías, al restablecimiento de la justicia en su patria.

Comprometielo con su buque a traer a los hombres de la revolución desde Canarias; cumplió su palabra, y cuando se hallaba la expedición a la vista de Cádiz, aquellos hombre tiemblan y se anonadan, porque ven se les dirige a su encuentro un buque de la escuadra y creen perdidos y fracasados. Instan al capitán para que vise y prepare la huida, pero el capitán Lagier, como otro maestro bíblico, les dirige la palabra desde el puente del buque donde se hallaba; palabra suigéneris que les electriza y conmueve como creídos ¿no veis que lleváis en vuestras ideas la idea de Dios, el que guía nuestros pasos? Elevad vuestros corazones, cantad el hosanna porque la regeneración de la patria es un hecho. Este buque que se nos dirige, viene a anunciarnos el pronunciamiento, tengo de ello intuición; y haciendo maniobrar los señales, el buque contesta y la gente que lo tripula victorea y aclaman la libertad. Cuando pisaron tierra, Cádiz se hallaba pronunciado.

Siguió triunfante la revolución hasta la capital acabando con la monarquía y aquellos hombres que tan en viento en popa navegaron con el Buenaventura, navegando con igual suerte siguieron la del estado. No les siguió el capitán Lagier, que se quedaba con su barco en las aguas de Cádiz lleno de satisfacción porque había sido útil a la causa de la libertad, que era causa de Dios. Esto le bastaba, porque el hombre de sus creencias, que sabe que los honores no hacen del hombre un codo más alto que al sexto de sus semejantes, le basta con su deber cumplido para dar satisfacción a su alma.

Concluida la revolución con el restablecimiento de nueva monarquía y a los hombres que la hicieron, vendiendo sus santos ideales por un plato de lentejas, con este motivo, el capitán Lagier se hizo republicano y alentó a los hombres de la república a que cumplieran como buenos, que con ellos estaba con la misma fortaleza que le animaba su espíritu en los días de la revolución. Pero en aquella época a nueva prueba le somete el destino, viendo desaparecer del mundo de los vivos y en breve tiempo a sus tres hijos, sectos de toda su familia, uno de ellos al poco tiempo de licenciarse de abogado.
Retirose a la sazón a su finca del campo de Elche a dar reposo a su atribulado espíritu, que bien lo necesitaba aquella naturaleza tan combatida por toda clase de elementos. Y surcando la tierra con el arado y plantando arbolitos, se creó nueva familia: la de las plantas, su obra al fin, ya que Dios como a otro Job le privaba de sus más caras afecciones, a él de costumbres tan sencillas y morigeradas, tan cariñoso para con todos, tan amante de los niños.

Pero si Dios le probaba privándole de aquellos placeres, que lo eran de su alma, siempre y después de aquella noche memorable de Marsella, los rudos golpes le cogieron sino contento, resignado y sin desmayar, se decía para consolarse “No hay efecto sin causa”.

Repuesto un tanto de sus últimas tribulaciones con la vida sosegada y tranquila del campo, sus parientes, al verlo tan solo, le instan a crearse nueva familia y por fin, lo deciden, contrayendo nupcias con una joven campesina cuya educación puso a su altura, naciendo de aquella unión un hijo, el cual educado por su padre, heredó sus virtudes y el que en unión de su madre han endulzado los últimos años de su vida.

Apóstol de sus ideas y creencias, las ha esparcido y fomentado hasta sus últimos días, ya en los centros republicanos, como en las reuniones espiritistas, contribuyendo con Ausó y Ramón Alba, al esparcimiento de estas doctrinas en Alicante, Elche y Santapola, en el campo con sus convecinos a quienes también les hablaba de astronomía y agricultura, en la forma y en la claridad y sencillez que acostumbraba.

Respetado y querido de todos en esta ciudad, esta benevolencia a su favor la aprovechaba, cuando reunido con algunos señores que ostentan títulos profesionales, le llevaban en la discusión al campo de la filosofía y con este motivo les hablaba de Kardec y sus doctrinas, y por más que algunos se le sonreían y consideraban aquellas enseñanzas como diocheces del anciano, él, sin inmutarse, seguía discutiéndoles y enseñándoles virtudes que a buen seguro no oyeran ni en el seno de la familia donde debían fomentarse, ni en los centros de enseñanza donde recibieran otra clase de luces. ¿Qué importa el ridículo, decía, si llego a conseguir que una de las semillas que arrojo pueda un día dar fruto, haciendo un hombre descreído y descorazonado, un buen ciudadano? Yo no busco las discusiones, pero el que me las incita me encuentra: yo no he de negar nunca quien soy porque de ello me honro y me debo al Criador por las luces que me concediera, que han llevado la paz y la tranquilidad a mi espíritu endulzando los días de mi vida.

De su fin tuvo clarividencia, pues sin enfermedad que le amenazara, ya al concluir las operaciones de la vendimia, se despedía de sus operarios del campo diciéndoles: esta es la última, ya no volveré más al campo.
El día anterior de su desencarnación se despedía de uno de sus parientes, donde solía pasar algunos ratos, diciéndole: esto se acaba y a la carrera; y al amanecer del siguiente, hizo que su señora despertara a su hijo, porque no quería dejar la vida sin tener el consuelo de tenerlos a su lado y darles el adiós de despedida. Y efectivamente; a los breves momentos, sin agonía, dejaba su envoltura recobrando la libertad que tanto anhelaba.
¡Hosanna al espíritu en progreso! ¡Dichoso el que al dejar su envoltura como el capitán Lagier, lo hace con la conciencia tranquila del deber cumplido!

Su entierro fue una manifestación de duelo en todas las clases sociales que le acompañaron hasta el cementerio. Llevaron las cintas del féretro miembros de la junta del centro republicano, y los presidentes del círculo federal y socialista, cuyo centro de unión le dedicó una corona de pensamientos, acompañando también la música municipal hasta la salida de la población. Y ya en el cementerio los oradores del citado centro encomiaron sus virtudes cívicas en fogosos discursos.

A grandes rasgos, mi respetable directora, cuanto la historia de nuestro hombre, con el objeto de que se conozca que no fue el romántico y visionario de una idea, sino que era hombre de creencias, y que debido a ellas obraba en consecuencia. Mas sobre su vida, nos lo cuenta él mismo en la biografía que publicó “El Buen Sentido” en su número de Octubre de 1883.

Muy querida le era mi amistad y muy caras para mi sus afecciones; Dios que le recompense esta caridad que me dispensaba y dadas mis creencias y convicciones sigo implorando sus luces y protección que no dudo me dispensará desde el mundo de los espíritus.

Cayetano Martínez
Elche, Noviembre de 1897

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