Y sin embargo, quizás ninguna cuestión tan debatida como la de la libertad en estos tiempos de crítica y de duda, en que preténdese negar la responsabilidad de los actos humanos. Nada hay, no obstante, que temer: la verdad subsiste siempre, a pesar de todas las negaciones, solamente las teorías y principios erróneos pueden temer el examen, porque, con la luz de la razón, se ve pronto su falsedad.
Inútil encarecer la importancia del problema de la libertad: de su solución depende la consideración de lo que es y significa el hombre de la vida. Con efecto; si la libertad es un mero flatus vocis sin realidad positiva, el hombre es solamente una máquina que obedece a determinados movimientos, cuyos resultados serán los actos que produce, consecuencia necesaria de los motivos, fuerzas y antecedentes que impulsan y determinan la acción. No habrá en rigor mérito ni demérito, siendo inútiles nuestras lamentaciones por el mal producido e injustas nuestras alabanzas por el bien realizado; pues que el sujeto actualmente no será nunca responsable de lo que haga, por no ser él quien voluntariamente ejecuta; sino el que obedece las solicitaciones que le arrastran y le obligan a producir los actos.
Por el contrario, si la libertad existe como poder de obrar en diferentes sentidos, o como poder no obrar, respondiendo o no a las solicitaciones externas o internas, como poder combinador de los motivos que nos incitan, pero no nos obligan, como fuerza directora para modificar las energías, las fuerzas y hasta los obstáculos que el determinismo extremo opone a su iniciativa, el problema cambia de aspecto y ya el hombre es un ser responsable, el mérito y demérito aparecen como consecuencia del bien o mal libremente cumplido y puede hablarse de moralidad y progreso: el hombre deja de ser máquina y es persona.
Ahora bien ¿hemos de entender por libertad la facultad de obrar como y cuando queramos, la carencia de toda necesidad o libertad de indiferencia o indeterminada? En esto se han fundado los deterministas de todos los sistemas al reparar que si todo en el universo está sujeto a la ley, la voluntad humana no podía evadirse de este principio general y por consiguiente, a la ley estará sujeta.
La teoría determinista supone que todo acto humano tiene su precedente en otro anterior que obra como motivo determinante, como fuerza que empuja al ser a realizar hechos, unas veces con conocimiento y otras sin él, pero siempre por el motivo más fuerte de donde se deduce que el criminal es arrastrado por la necesidad al crimen, siendo sólo un enfermo y no un malvado: la responsabilidad es un sofisma.
Lo que hay es que la ley de la libertad no consiste en que para obrar sea preciso que un motivo cualquiera la obligue o varios motivos en supuesta lucha den el triunfo a uno y éste nos determine a seguir en una dirección dada. La libertad, dependiendo de las leyes de lo querido como fin, no puede contrariar su propia naturaleza y esta naturaleza exige que siempre nos dirijamos hacia algo para realizarlo, nos vemos solicitados por algún fin, por alguna intención que decimos, y de este modo es el hombre, bajo su aspecto psíquico, la entelequia teleológica de que habla Aristóteles, en una actividad consciente que persigue un fin y para cuya consecución elige los medios más a propósito, ya sea los que tiene en sí mismo, ya los que encuentra en el mundo externo.
No hay, por consiguiente, voluntad inmotivada: no hay libre albedrío en el sentido de libertad de indiferencia. Siempre que obramos es en virtud de algún fin que nos proponemos; de otro modo el acto sería inconsciente y por tanto, no libre.
En este sentido acierta el determinismo en cuanto la voluntad ha de obrar en virtud de motivos: pero yerra palpablemente cuando considera al motivo como fuerza que determina y obliga a obrar. A este propósito es curiosa la distinción que establece Mr. Rabier en sus “Leçons de Philosophie”. “La inteligencia, dice, que no es por su naturaleza representativa o contemplativa, guía a la voluntad, le indica su fin; pero es la voluntad quien llega a él mediante su poder automotor. Cuando un hombre se halla rodeado de tinieblas, permanece inmóvil; al aparecer la luz ve su fin y su camino y marcha. ¿Es la luz quien ha puesto en movimiento sus nervios y sus músculos? Así el motivo convierte el acto de la voluntad en posible, pero no lo produce; es la condición previa y no suficiente, la causa ocasional, pero no la eficiente”. Delboeuf también se expresa en un sentido análogo, cuando dice que “La ley de la conservación de la energía únicamente se opone a que los seres libres creen o destruyan fuerzas, pero no a que dispongan de las que existen”. Por consiguiente, aunque la fuerza del hábito nos impele a ejecutar actos en análogas condiciones a otros anteriores, hay siempre en nosotros una espontaneidad para reobrar, para modificar y para cambiar los impulsos que nos solicitan y esta es la fuerza innovadora de la libertad.
No es, por tanto, el acto mero resultado de los precedentes cronológicos, y lo es menos si atendemos a un factor importantísimo que el determinismo positivista olvida. Muchos de nuestros actos no están determinados por móviles del presente, sino por anticipaciones del porvenir: nuestras esperanzas, nuestros proyectos, nuestros ideales impulsan a veces con más fuerza que los obstáculos, que la realidad presenta a cada momento y que obligan a modificar la dirección de nuestra actividad. Este ideal, este porvenir representado, pero no ejecutado todavía, que no ha trascendido aún a la esfera de la realidad, es el móvil que impulsa al mártir a sacrificarse por una idea que aún no ha arraigado en las muchedumbres, el que llena de entusiasmo al héroe que da su vida en holocausto de su patria y que perece en la demanda afirmando el principio de la libertad aunque en la vida positiva se halle conculcado: es el móvil que impulsa al hombre de ciencia a proseguir con energía en la investigación comenzada y no depende ni puede depender de la simple resultante de los actos cumplidos, ni está impedido ni puede impedirse porque la realidad externa se oponga y coarte la realización práctica en un momento determinado; y lejos, por consiguiente, de movernos tan solo por el movimiento adquirido, tenemos siempre libertad e iniciativa para conducirnos en la previsión de lo porvenir, en cuyo sentido ya decía Kant que la libertad es “El poder para comenzar el movimiento”. En efecto, el hombre es a la manera de una máquina, que una vez dado el primer impulso, ha de moverse, en cuyo sentido hay determinación; pero con poder, con energía suficiente para moverse de nuevo, no por el esfuerzo anterior, son por las fuerzas que se desarrollan.
No; el hombre es libre y en cuanto libre, responsable, acreedor a mérito o demérito según sus actos, sin que por eso deje de amoldarnos siempre a las leyes de la realidad. Sin eludir jamás estas leyes, sabe evadirse de ciertos efectos, combinando determinadas fuerzas; así puede ascender en los aires, sumergirse en el fondo de los mares, socavar las montañas y producir otros muchos fenómenos debidos a su iniciativa y a su poder, por cuyo medio dirige el determinismo externo de las fuerzas físicas. Del mismo modo, aunque necesitado para obrar de estímulos, sabe y puede dirigir estos estímulos respondiendo o no a las excitaciones de lo exterior. Puede basar sus actos en hábitos y costumbres o remontándose a tiempos aún no realizados, vive en el porvenir, sacrificándose a una idea, sirviéndole de móvil, no un mezquino interés, sino un sentimiento generoso, empezando ya a vivir de este modo la vida de la inmortalidad.
Más aún que por el pensamiento, el hombre se hace notar por su carácter, de tal modo, que no han sido los que llamamos grandes hombres los que más han descollado por su talla intelectual, sino que los grandes descubrimientos han sido debidos a hombres de mediano alcance, pero laboriosos en extremo, que han dedicado la mayor parte de su vida a realizar sus proyectos; demostrando así que no es el genio en la ciencia un don sobrenatural, propio de unos cuantos privilegiados, sino que es, como decía Buffon, la paciencia, la constancia y energía para vencer obstáculos, pues si tanta clarividencia hubieran tenido en sus descubrimientos, no hubieran necesitado emplear años y años para realizarlos.
De este modo, por el carácter, por el sello de su iniciativa y la afirmación continua de la libertad, es como han logrado distinguirse, y en vano será que el materialismo más o menos vergonzante, llámese o no positivismo, pretenda anular esta facultad de libertad: los mismos materialistas hablarán de esta libertad y sentirán indignarse su alma ante las injusticias sociales, como aquellos filósofos anteriores a la Revolución francesa, que a pesar de considerar al hombre como una máquina organizada, ante las injusticias de su tiempo, se esforzaban por abrir nuevos horizontes de libertad y emancipación a su pueblo: prueba evidente de que estos mismos individuos que niegan la libertad, vienen a apreciar en sí mismos y en los demás, la responsabilidad de sus actos, sin la cual no sería posible admitir el bien y el mal; el genio se diferencia del imbécil en un poco de materia gris o en un mayor número de circunvoluciones; el malvado del hombre honrado, en determinadas protuberancias cerebrales, en alguna pequeña masa de cerebro de que el no dispusiera y el otro no. Contra todos estos sofismas, nuestra conciencia nos atestiguará en todo tiempo que el hombre es un ser activo que realiza fines en cada momento, siendo árbitro de escoger entre los motivos que le impulsan y responsable, por lo tanto, de los actos que ejecuta.
Manuel Sanz Benito
Extraído de “Lumen”
15 de Julio de 1898
Extraído de “Lumen”
15 de Julio de 1898
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