sábado, 29 de agosto de 2009

Dios y el cerebro


Asistimos en los últimos años a un paradigma científico cada vez más extendido, incluso fuera del ambiente de la ciencia, en los diversos escenarios de lo social y la cultura. Nos referimos al asunto de las regiones cerebrales comprometidas con la expresión mística y el sentir religioso.

Como ya habremos tenido oportunidad de leer o escuchar sobre esto, a lo largo de los últimos años se vienen realizando numerosas investigaciones neurológicas en voluntarios de diferentes confesiones religiosas, practicantes, sacerdotes, etc. durante sus momentos de meditación, que han revelado cambios en la actividad del cerebro. Tales estudios se enmarcan dentro de la disciplina neurocientífica denominada neuroteología (disciplina popularizada recientemente, en especial a raíz de la publicación en 2001 del artículo “God and the Brain”en Newsweek)

A partir de ahí, diversos investigadores han descubierto que en el estado de meditación profunda se desactivan regiones del cerebro reguladoras de la construcción de la propia identidad, lo que permite que el sujeto pierda durante su práctica el sentido del propio yo individual (que establece la frontera entre él mismo y todo lo demás) y se sienta así integrado en una totalidad única trascendente.

Opiniones científicas paralelas a este asunto vienen ya desde hace más tiempo refutando que hábitos como la meditación o la oración, son positivos y terapéuticos hasta el punto de condicionar positivamente nuestra mente y, en determinados casos rigurosamente analizados, aliviar o incluso acelerar el proceso de curación de diversas dolencias. Posiblemente no es tanto cuestión de creer o no creer.., sino de reflexionar si, como humanos, somos o no suficientemente conscientes. Me viene a la mente la frase de Michael Faraday, el descubridor de la inducción electromagnética, que decía (hace más de un siglo): <>. Sin duda, toda una proposición para meditar de parte de una mente abierta.

Es obvio que la expresión de que Dios está en el cerebro (hermana de aquella otra que afirma que está en los genes), se presta tanto a adeptos materialistas como a creyentes. Los espiritistas, que estamos más cerca de estos últimos (siempre que se esté hablando de fe razonada, por supuesto), consideramos al cerebro y la mente como cosas distintas, y al primero como conductor biológico del ser real, del Yo profundo... del espíritu.

Las regiones directamente implicadas en el procesamiento místico son la zona pre-frontal, concretamente el área del sistema límbico (responsable de las emociones y la memoria) y sobretodo los lóbulos temporales (a la altura de las orejas). Esto explica la parte física, pero si consideramos esto como expresión biológica de nuestro ser espiritual, nos toparemos con los inevitables muros alzados de la fracción científica más escéptica y materialista, aquella que sigue encorsetada en la vieja obstinación del positivismo decimonónico de tomar el efecto por la causa. Es de sospechar que la Ciencia con mayúsculas, aquella que se expresa tanto en la intimidad celular como en los astros del cosmos (y en las coordinadas de vida que nuestros sentidos no alcanzan), va siempre por delante de la “otra” ciencia; la humana, limitada y variable, que sólo explica una parte ínfima de la realidad que nos envuelve.

La vanidad humana se expresa en muchos vectores, y el científico (como el religioso o cualquier otro campo de expresión humana) no es ajeno a ella. Nos falta aún mucho por andar como para atrevernos con sofismas simplistas del tipo de “Dios no existe”, por mucho que lo apoyemos con interpretaciones mecanicistas (y por lo tanto reduccionistas) que ya no tienen cabida en las actuales concepciones de lo cuántico.

Una cosa es ser científicos, estar receptivos a la búsqueda de la verdad y otra diferente es planear por el cientifismo más prosaico.

Sospecho que por encima de muchas de nuestras conjeturas y dictámenes hay una zona pura y eterna donde se estrellan etiquetas, saberes y presunciones. Al conocimiento de esta zona llegaremos un día, por la propia ley de evolución, pero para ello también es preciso crecer en sabiduría y humildad. Tengamos en cuenta, sin ir más lejos, que la electricidad ha existido desde el principio del mundo...aunque nuestra ciencia la ha refutado apenas “ayer”.

Ineludiblemente día llegará en que la ciencia reconozca el papel de la realidad espiritual, realidad paralela a la nuestra. Mientras, en el camino, irá descubriendo cosas, llamándolas quizá con diferentes nombres, pero en realidad estará manejando constructos pertenecientes al contexto espiritual, esa realidad inherente a la naturaleza y a nosotros mismos. Hoy, la psicología genética nos dice que el conocimiento es cuestión de percepción o enfoque. Es decir, que damos ciertas cosas como reales o no dependiendo del conjunto de esquemas de asimilación y estructuras de conocimiento que utilicemos para “filtrar” lo que nos rodea.

Pero volvamos al punto de nuestra reflexión sobre el papel del cerebro y la experiencia mística... Con los nuevos enfoques sobre la mecánica cerebral que hoy nos brinda el campo de las investigaciones, se traduce (y no sólo para los que sostenemos el papel “organizador” del factor espiritual) que estamos diseñados para creer, es decir: que la idea sobre lo Divino es algo impreso en nuestro propio ser. Somos seres trascendentales por natura. Que se sepa, las garzas, ratones de campo o los caracoles, no piensan en Dios. Nosotros sí, aunque sólo sea para negarlo.

Y si efectivamente la expresión mística (tome la forma cultural que tome) nos indica que lo religioso, o mejor, lo espiritual, es un instinto más del ser humano. Ya sabemos sobre lo desaconsejable de entregarse a los instintos sin freno..., pero también lo insano de aquellos otros que reprimimos o rechazamos.

Leí una vez en algún sitio que la sabiduría más aún que en el conocimiento, está en la vivencia de Dios en nuestras vidas.

Juan Manuel Ruiz González
(Centro espírita José Grosso, Córdoba)

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