martes, 31 de marzo de 2009

EDITORIAL - ABRIL 2009

Era el 31 de Marzo de 1869 y la ciudad de París dormía. Tan sólo unos pocos habitantes empezaban su jornada para un intenso día de trabajo.

El reloj marcaba las 4:30 hrs de la mañana y en el 59 de la calle y pasaje de Santa Ana, alguien se levantaba, como cada mañana, para continuar con los preparativos de una mudanza. Todo transcurría de una manera normal, muebles aquí y allá, utensilios de cocina, papeles, libros, todo en orden dentro del desorden habitual que generan las mudanzas.

Nuestro querido amigo, un habitante más en este planeta, de nombre Hippolyte Léon Denizard Rivail, era un lionés afincado en París desde hacía muchos años, persona que a los ojos de los demás nada tenía de especial. Trabajador infatigable, estudioso, culto, era una persona humilde, bondadosa, que junto a su mujer Amélie Gabrielle Boudet, pasaba su existencia en este plano terrenal.

Cada mañana, como hemos dicho antes, se levantaba a la misma hora, iba a su gabinete de trabajo y ahí pasaba largas horas metido entre sus papeles. Respondía cartas constantemente, comparaba informaciones, las recopilaba y le daba una forma dentro de su cabeza, una vez que las había pasado por la razón. A la vez redactaba y dirigía un periódico mensual, de unas treinta páginas, donde publicaba todos los avances, descubrimientos y compilaciones de un trabajo inesperado que comenzó en 1855 y por el cual fue criticado, humillado... pero del que recibió la mejor recompensa, el mejor salario: “El Amor al prójimo y la reforma Moral”.
Como él mismo había anunciado a los suscriptores de su periódico, el 1 de Abril se habría mudado a la Avenida y Villa de Segur, cerca de “Les Invalides” en París, a donde trasladaba su domicilio junto a la redacción de la revista y al 7 de la calle de Lilles la oficina de expedición y suscripción, y la sede de asociación, junto a la librería que debía inaugurarse.

Esa mañana, que para él era una más, cambiaría el destino de muchas cosas. Estando en su casa y habiendo recibido a un cliente de la librería para entregarle uno de los números del periódico, el Sr. Rivail o Allan Kardec, caía fulminado al suelo víctima de un aneurisma de aorta, debido a los serios problemas circulatorios que tenía.

Todo había cambiado, todo era caos y muerte en aquella casa, aunque no en él. Su rostro estaba feliz y si no fuera porque no respiraba se podría decir que estaba dormido.
Miles de preguntas rondaban en la cabeza de su mujer y amigos ¿Qué sería de la Sociedad de Estudios Espíritas de París? ¿Y de la Revue Spirite? ¿Cuál sería el futuro de aquel “inesperado” trabajo que aceptó en 1855 y que consistía en darle un cuerpo de doctrina, recopilando, analizando, razonando, editando las bases del edificio del Espiritismo? Todo estaba previsto, su misión había terminado pero, previsor como siempre, ya había dejado el número de Abril listo para ser editado y entre sus innumerables papeles se encontraron pensamientos, directrices, consejos para continuar la obra de la que él no se sentía el autor, sino el codificador.
Como veis, queridos lectores, diariamente nos cruzamos con gente que pasa inadvertida, que parecen simples trabajadores, padres y madres de familia que no salen de lo corriente, pero que todos ellos son importantes y tienen su repercusión en los demás en mayor o menor grado.
Hoy, ciento cuarenta años después de la desencarnación de Allan Kardec, nuestro periódico no podía pasar por alto el día en que el codificador del Espiritismo dejaba en nuestras manos el rumbo de esta bella doctrina de consecuencias morales, filosóficas y espirituales. Hoy queremos rendir homenaje a ese hombre, uno de tantos en la Tierra, que con su fe inalterable, con su esfuerzo, su método, su gran capacidad intelectual pudo ver el camino por el que todos pasaremos después de la muerte, pudo dejarnos en sus libros las bases para nuestro mejoramiento y que hoy se han convertido en un movimiento seguido por millones de personas en el mundo que trabajan por el bien social, que se esfuerzan por reformar su interior y que siguen apostando por un mundo mejor de paz, amor e igualdad. Esos somos los espíritas, eso es el Espiritismo.

Kardec, allá dónde estés, recibe este pequeño homenaje que hacemos junto con nuestro más sincero agradecimiento.

La redacción.

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