lunes, 5 de enero de 2009

La pequeña historia del discípulo

Queridos lectores, cuando yo lei esta historia maravillosa, llevaba muy poco tiempo en la Bendita doctrina del Espiritismo, y no la pude comprender, al paso del tiempo y después de aprender un poco, pensé en la historia preciosa, que ahora ya comprendo. Seguro, que muchos de vosotros ya la conocéis, pero habra otros muchos que no, y seguro que unos y otros os sentiréis identificados con el alumno.

Paqui
Centro Espírita “Entre el Cielo y la Tierra”

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Cuando el Maestro visitó al aprendiz por primera vez, lo encontró sumergido en la lectura de información divina. Lo vio absorto en su búsqueda de sabiduría y le dijo: ¡Bendito sea el hijo del conocimiento superior!

Y paso de largo, entregándolo al cuidado de sus delegados.

Volviendo a verlo más tarde, lo sorprendió inflamado de entusiasmo por lo maravilloso. Se sentía dominado por las claridades de la revelación, proponiéndose extenderlas por todos los rincones de la tierra. Quería ganar el mundo para el Supremo Señor. Multiplicaba promesas de sacrificio personal e interpretaba teóricamente la salvación como absoluto servicio de esperanza contemplativa.

El Eterno Compañero le acarició la frente soñadora y le dijo:

¡Loado sea el apóstol del ideal!

Y siguió adelante confiándolo a dedicados mensajeros.

Regresó a observarlo, en otra ocasión y le registró nuevo cambio. Guiábase el aprendiz por propósitos combativos. A través del conocimiento y del ideal que había adquirido, se presumía en posesión de la realidad universal y promovía una guerra sin sangre contra todos los semejantes que no pisasen su peldaño evolutivo. Grababa dísticos incendiarios, a fin de purificar los círculos de la creencia religiosa. Acusaba, juzgaba y castigaba sin conmiseración. Alimentaba la extraña voluptuosidad de engrandecer la fila de nuevos adversarios. Pretendía destruir y renovar todo. En ese menester, desconocía el respeto al prójimo, hacía tabla rasa de las más sencillas reglas de educación, asumiendo graves responsabilidades para el futuro.

Sin embargo, reconociendo el Compasivo su cristalina sinceridad, le acarició las inquietas manos y enunció:

¡Amparado sea el defensor de la verdad!

Y se dirigió a otros parajes, entregándolo a la protección de misioneros fieles.

Tornando al círculo del seguidor, en otra época, reparó en diferente posición. Entregárase el discípulo a la difusión de los principios edificantes que adoptara, condicionándolos a su punto de vista. Escribía páginas vehementes y profería discursos conmovedores. Proyectaba en los oyentes la vibración de su fe. Era conductor de las masas, héroe del verbo primoroso, hablado y escrito.

El Sublime Instructor lo abrazó y declaró:
¡Iluminado sea el ministro de la palabra celestial!
Y ganó otros rumbos, colocándolo bajo la inspiración de valerosos emisarios.

Transcurridos largos años retorno el Magnánimo y notó su transformación, el aprendiz exhibía heridas en el alma. La conquista del mundo no era tan fácil, reflexionaba con amargura. Manteniendo su sinceridad había sido enfrentado por la falsedad ajena. Deseoso de practicar el bien, era incesantemente perseguido por el mal. Veíase rodeado de espinos. Soportaba calumnias y sarcasmo. Blanco de burlas y de humillaciones entre los que más amaba, traía el espíritu cribado de dudas y recelos perniciosos. Era incomprendido en las mejores intenciones. Si daba pan recibía pedradas. Si encendía luces, provocaba persecuciones de las tinieblas. Leía los libros santos, a la manera del hambriento que procura alimento; sustentaba sus ideales con grandes dificultades; enseñaba el camino superior ,con el corazón dilacerado y los pies sangrando...

El Sabio de los sabios le enjugó el copioso sudor y le dijo:
¡Amado sea el peregrino de la experiencia!

Y siguió su camino confiándolo a cariñosos benefactores. Regresando tiempo después, el Salvador percibió su sorprendente situación. Llorando, silenciosamente, reconocía el discípulo que mucho más difícil que la conquista del mundo era el dominio de sí mismo. En minutos culminantes del aprendizaje, se entregaba también a fuerzas inferiores. Aunque se mantenía de pie, sabía, por experiencia propia, cuán amargo sabor imponía el lodo a la boca. Cedió, varias veces ,a las sugestiones indignas que combatía .Aprendió que, si era fácil enseñar el bien a los otros, era siempre difícil y doloroso edificarlo en sí mismo. El que condenara la vanidad y el egoísmo, la voluptuosidad y el orgullo, verificaba que no había desalojado a tales monstruos de su alma.

Renunciaba al combate con el exterior, para poder luchar mucho más consigo mismo. Vivía bajo la presión de una tempestad renovadora. Consciente de las flaquezas e imperfecciones de sí mismo, confiaba, por encima de todo, en el Altísimo, a cuya bondad infinita sometía los torturantes problemas individuales, a través de la oración y de la vigilancia entre lágrimas.

El Divino Amigo le secó el llanto y exclamó:

¡Bendito sea el hermano del dolor que santifica!

Y siguió su camino, encomendándolo a los colaboradores celestiales

Transcurridos algunos años, regresó el Misericordioso y le admiro la nueva situación. El discípulo se había renovado completamente. Prefería callar para que otros se hiciesen oír. Analizaba las dificultades ajenas por los tropiezos que había enfrentado en la senda. La comprensión en su alma era dulce y espontánea, sin ninguna tendencia a la superioridad que humilla. Veía hermanos en todas partes y estaba dispuesto a auxiliarlos y socorrerlos, sin preocupación de recompensa. A sus ojos, los hijos de otros hogares debían ser tan amados como los hijos del techo en que naciera. Entendía los dolorosos dramas de los vecinos, honraba a los ancianos y extendía manos protectoras a los niños y a los jóvenes. Leía los escritos sagrados, pero observaba la eterna sabiduría en la abeja laboriosa, en la nube distante, en el murmullo del viento. Se regocijaba con la alegría y bienestar de los amigos, al igual que participaba en sus infortunios. Envidia y celos, despecho y cólera, no le perturbaban el santuario interior. No sentía necesidad de perdonar, porque amaba a los semejantes como Jesús le había enseñado.

Oraba por los adversarios gratuitos del camino, convencido de que no eran malos sino ignorantes e incapaces. Socorría a los ingratos, recordando que el fruto verde no puede ofrecer el sabor del que madura a su tiempo. Lloraba de júbilo, a solas, en la oración de alabanza, reconociendo la extensión de las bendiciones que recibiera del cielo. Interpretaba dolores y problemas como recurso de mejoría sustancial. Las luchas eran para el peldaño de ascensión. Ante sus ojos, los perversos eran hermanos infelices, necesitados de compasión fraternal. Su palabra jamás condenaba. Sus pies no caminaban en vano.

Sus oídos se mantenían atentos al bien. Sus ojos veían más alto y más lejos. Sus manos ayudaban siempre. Sintonizaba su mente con la Esfera Superior. Su mayor deseo, ahora, era conocer el programa del Maestro y cumplirlo. Predicaba la verdad y la enseñaba a cuantos buscasen oírlo; pero, experimentaba mayor placer en ser útil. Guardaba feliz, la disposición de servir a todos. Sabía que era imprescindible amparar al débil para que la fragilidad no lo precipitase en el polvo, y ayudar al fuerte a fin de que la fuerza mal aplicada no lo envileciese. Conservaba el conocimiento, el ideal, el, entusiasmo, la combatividad a favor del bien, la experiencia benefactora y la oración iluminativa, pero por encima de todo, comprendía la necesidad de reflejar la Voluntad de Dios en el servicio al prójimo. Sus palabras se revestían de ciencia celestial, la humildad no fingida era gloriosa aureola en su frente, y por donde pasaba, se agrupaban en torno a los hijos de la sombra, buscando en su alma la luz que aman casi siempre sin entender...

El Señor encontrándolo en semejante estado, lo estrecho en sus brazos, de corazón a corazón proclamando:
¡Bienaventurado el siervo fiel que busca la Divina Voluntad de Nuestro Padre!

Y entonces pasó a habitar con el discípulo para siempre.

(Mensaje recibido por el médium Francisco Cándido Javier, tomado de “Luz de encima”, Cáp., 3 págs. 23-26, FEB, Río de Janeiro, Brasil)

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