Sirven de alimento, vestimenta, calzado. Son nuestros fieles amigos y nada cobran por tantos beneficios prestados.
Estamos refiriéndonos a los animales, esos seres que, a pesar de todo lo que nos ofrecen, son las víctimas preferenciales de nuestra crueldad.
Cada año millones de bueyes, corderos, conejos y pollos son sacrificados para alimentarnos, vestir y calzar.
Sin reflexionar, los matamos, les quitamos las pieles y huesos, los encarcelamos, cocinamos, sin detenernos en pensar acerca de esos seres que, aún sumergidos en la inconciencia espiritual, nos sustentan el cuerpo físico.
Lo más grave no es la indiferencia por la suerte de los animales. Lo más doloroso de la especie humana es la crueldad con que tratamos esos compañeros de jornada.
Si es válida la elección de alimentarnos de su carne, no se puede decir lo mismo del comercio de pieles y de los millares de animales sacrificados para que los hombres tengan artículos de lujo.
Una regla debería regir nuestra vida: el límite entre lo necesario y el superfluo.
Una cosa es utilizar a los animales para el alimento necesario y mantener el cuerpo. Y otra cosa bien distinta es matarlos cruelmente por placer en cacerías que divierten solamente a los cazadores.
Igualmente abusivo es quitarles la piel solamente para lucir abrigos y ropas caras. ¿Y que decir de la matanza de los pájaros para retirar sus plumas coloridas?
Pobres animales, pagan el precio por haber sido creados con bellas plumas o pieles suaves…
En la actualidad ya no es posible callarse ante los excesos practicados por la humanidad. La mortandad de los animales para satisfacer las vanidades y excesos es un crimen con el cual no deberíamos estar de acuerdo.
Felizmente la evolución moral ya empieza a imponerse. Por eso, observamos cada vez más a personas y organizaciones que se preocupan con el trato dado a los animales. Es la era de la compasión universal que empieza.
Sí, compasión con esos hermanitos menores que también son creaciones de Dios. Amarlos, serles gratos es lo mínimo que un corazón sensible debería cultivar.
Los animales son principios espirituales en evolución. Ellos también están aprendiendo, como todos nosotros. La diferencia es que nosotros tenemos conciencia y ellos no.
En nosotros, seres humanos, hay un espíritu que piensa, actúa, tiene el libre albedrío. En los animales el espíritu todavía no existe, pero con el transcurrir de los milenios ellos evolucionarán, pues Dios nada hace sin un objetivo profundo y serio.
Para concluir, transcribimos parte del texto
Ruego a favor de los animales
¡Vosotros que veis luces en esas letras que describen la evolución espiritual, tened compasión de los pobres animales.
¡Sed buenos para con ellos, como deseáis que el Padre Celestial sea pródigo de cariños y de amor para con vosotros!
¡No encarceléis los pájaros en jaulas¡… ¡Renunciad a las cazas!… ¡Acariciad vuestros animales!, ¡Dadles medicinas en la enfermedad y reposo en la vejez!
Acordaos que los animales son seres vivos que sienten, que piensan, que se cansan, que poseen fuerza limitada, que se enferman, que envejecen…
¡Los animales son vuestros compañeros en la existencia terrestre!
¡Como vosotros, ellos vinieron para progresar, estudiar, aprender!
¡Sed sus ángeles tutelares!…
¡Sed benevolentes para con ellos, como nuestro Padre que está en los cielos es benevolente para con todos!
Redacción del Momento Espírita, con base en texto del libro Gênese da alma, de Cairbar Schutel, ed. O Clarim, Brasil (www.momento.com.br | suporte@momento.com.br).
Traducción por Maribel De La Fuente
Traducción por Maribel De La Fuente
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