sábado, 5 de julio de 2008

Carta

Querid@s amig@s:

Sé que esta revista no sólo llega a las personas que nos dedicamos al estudio del espiritismo, sino que seguro también te llegue a ti por primera vez. Imagínate…. ¡no! Algo mejor. ¿En alguna ocasión te has llegado a preguntar por qué ese pensamiento concreto se ha hecho realidad y por qué otros no? ¿Qué es el pensamiento? En el libro Pensamiento y vida, psicografiado por Chico Xavier, se define como la fuerza creativa que se exterioriza, de la criatura que lo genera por medio de ondas sutiles. Sea cual fuere su naturaleza, es energía, y por consiguiente, tiene sus efectos.
Nosotros que formamos parte de todo este cosmos infinito, no dejamos tampoco de ser energía. Energía que vive en conexión con el resto, interaccionando continuamente con todo lo que nos rodea: nuestros padres, hermanos, vecinos, compañeros de trabajo, viajeros de transporte, y en definitiva, con todo aquello que se desarrolla en el universo.
Si tuviéramos en nuestro poder un aparato que detectara nuestra energía, podríamos ver lo diferentes que somos unos de otros, igual que lo somos físicamente, pero con la capacidad de agrupación por similitud de nuestras ondas vibratorias. También cada pensamiento se expande al exterior en forma de energía y se transmite por todo el infinito. La mayoría de las veces no nos paramos a observarlos, sino simplemente a tenerlos. No reflexionamos sobre si eso que deseo o pienso, sólo me afecta a mí y si realmente me conviene. ¿Me equivoco?
Por el contrario, ¿qué ocurriría si nos parásemos a meditar si se interfiere con alguien más de todos los seres que nos rodean? Por ejemplo, en el caso que yo pensara “quiero ascender” pero para ello tengo que pasar por encima de…… ¿Seguiríamos deseándolo? Posiblemente sí, o tal vez, al concienciarnos del daño que podemos hacer esperaríamos nuestra legítima oportunidad.
Y aún, cuando creo que no atañe a nadie más que a mí ¿es realmente lo mejor? Puedo estar convencida hasta de que me lo merezco. ¡Anda que no he trabajado poco! Como para no conseguirlo. No será que nuestro orgullo nos juega una mala pasada y no nos permite ver si quizás no estoy preparada, o tal vez sólo sea una fantasía para hacerme más fácil el día a día y ni siquiera estoy convencida de alcanzarlo. Por eso, cuando algo que pensamos no se realiza sería un buen momento de pararnos a reflexionar con honradez y mirar si realmente, esa idea, está ausente de todo tipo de egoísmo, y también, si estamos convencidos de querer realmente conseguirlo. ¿Has pensado en este último punto? ¿Realmente queremos conseguirlo?
El gran modelo del cristianismo, JESÚS dijo: “Si tuvierais FE como un grano de mostaza, diríais a ese monte: Vete de aquí allá, y se trasladaría; nada os sería imposible” (San Mateo 17, v. 20). ¿Alguna vez te ha pasado (vuelvo al ejemplo anterior) que el hecho de lograr ese ascenso no lo tenías claro pero querías conseguirlo para demostrar ”lo que vales“ a otras personas? Ahí no estabas convencido, por consiguiente, no se podía lograr.
A lo largo de la vida experimentamos situaciones desagradables y otras más apacibles. Piensa por un momento ¿de cuántas de las situaciones fatigosas nos hacemos responsables? ¿Acaso no es más fácil pensar “la culpa es de…… o” me han echado mal de ojo…” y así hasta un largo etc. de excusas que nos ayudan a eludir nuestra segura responsabilidad? Aún, cuando alguien, en algún momento tuviera una mala intención hacia nosotros (eso también son pensamientos que existen y que tienen una intensidad. Tienen su energía propia) ¿Eres consciente de que por el mero hecho de creer que eso te puede afectar ya estas abriendo una puerta para que se realice? Esa puerta que abres, sólo tú eres responsable. Es muy posible que sea la de tu propia conciencia respecto a la otra persona. Es ahí donde una profunda y honesta reflexión nos daría luz sobre los problemas que nos agobian. Por otro lado ten en cuenta que las ideas repetitivas en torno a cualquier circunstancia se terminan convirtiendo en obsesiones que nos arrastran a enfermar física y mentalmente, y cuando no, de las dos formas a la vez.
Un científico japonés, Masaru Emoto, demostró como el efecto de determinados pensamientos, sentimientos, sonidos, palabras alteraban la estructura molecular del agua. Nosotros que estamos formados en un 70 por ciento de agua ¿te imaginas lo que nos debe suceder, según lo que pensemos, sintamos, o lo que percibimos del ambiente que nos rodea? Son muchas las filosofías que enseñan que para cambiar algo, hay que hacerlo desde dentro, desde la parte más íntima de nuestro ser.
Para ello es preciso saber cómo somos, auto conocernos. Sé que es muy difícil cambiar, porque tenemos pautas establecidas y arraigadas desde el principio de los tiempos. No obstante, tiempo es lo que nos sobra a lo largo de toda la eternidad y no hay que lograr ningún récord, pero sí tenemos que proponernos llegar a la meta. Cada nueva existencia física, cada reencarnación, nos proporciona la oportunidad de reparar imperfecciones y conseguir nuevos aprendizajes.
Sí, tú me puedes decir que no crees en la reencarnación, vale. Pero piensa, si tal como llevas tu vida no te satisface, ¿por qué seguir igual? ¿Por qué no intentar hacer algo diferente? Quizá, también seas agnóstic@ pero, ¿qué puedes perder por intentar conocerte y ver si puedes cambiar una pequeña parte? De verdad, ¿cuánto tiempo se puede gastar cada día en parar un momento y observar lo que pensamos, lo que queremos y la intensidad con que lo deseamos? Te aseguro que cuando la vida es enfocada desde otra perspectiva más humilde, menos vanidosa, con la fe necesaria de lo que se puede lograr, empezamos a cambiar desde dentro y como si de círculos concéntricos se tratara todo se transforma a nuestro alrededor.

Ana María Sobrino.

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