(Este artículo se publicará en el próximo periódico EL ANGEL DEL BIEN Nº2 - OCTUBRE 2007
Podemos empezar hablando, en primer lugar, de la culpa según nos hablan religiones y filosofías. La primera culpa, ya instaurada en la mayoría de nuestros inconscientes, nos la trae La Biblia al hablarnos del pecado original ocurrido en el jardín del Edén al haber comido del fruto prohibido del Árbol del Conocimiento del Bien y del Mal. Mencionaremos por un momento el "Pan de la Vergüenza" de la tradición hebrea, cuya eliminación es el objeto por el cual se dio La Creación. En el Espiritismo se habla de la migración de los exiliados de Capella, que vinieron a la Tierra, hace miles de años, como consecuencia de haberse quedado retrasados frente a la evolución de su propio mundo. Fueron realmente las razas adámicas que cayeron del Edén bíblico.
Con la evolución moral, el hombre va adquiriendo responsabilidades. La culpa se instaura en su conciencia como mecanismo de alarma frente al quebrantamiento de sus obligaciones sociales adquiridas. Al igual que en el plano físico el dolor nos advierte que algo debe ser atendido urgentemente, en el plano espiritual, la culpa atrae nuestra atención, análogamente, para corregir en el terreno moral nuestras errores cometidos.
Después de siglos de reencarnaciones viviendo experiencias, la responsabilidad crece en nuestro espíritu y adquirimos intuición sobre el bien y el mal, desarrollándose nuestra conciencia para poder detectar las situaciones donde podemos errar moralmente. La culpa aparece como consecuencia directa de ir en contra de nuestra conciencia adquirida. Poco a poco al adquirir nuevas experiencias, iremos desarrollando nuestra responsabilidad y conciencia, donde será la culpa la encargada de avisarnos de los errores cometidos, para que demos pronto los pasos necesarios para su reparación. Esta es la función real de la culpa, al igual que el dolor no es agradable, pero es necesario. Ahora bien, las culpas no reparadas dejan un residuo mental en nuestro inconsciente, como el lodo espeso del fondo de los ríos, aún cuando hemos sido perdonados por los ofendidos, que deberá ser retirado con mucho esfuerzo y trabajo (ver "Evolución en dos mundos" cap. 19)
Desde el inconsciente la culpa actúa separándonos de Dios, nos polariza, divide nuestros centros psíquicos creando diferentes reacciones y desequilibrios en nuestra mente, la cual mediante el orgullo intenta salir airosa de esta incómoda situación. El orgullo es el primer escollo para el arrepentimiento, siendo este último, el único medio para progresar asumiendo sinceramente la culpa. Otro mecanismo de bloqueo de la culpa es el remordimiento, actividad autopunitiva que no busca ninguna salida, simplemente el estancamiento le es suficiente con actividades depresivas. Es consecuencia de la otra cara del orgullo al que podríamos llamar "orgullo negativo". Éste actúa oculto, aparentemente, pero con ansias de mostrarse positivo y radiante en cuando tuviera la más mínima posibilidad de destacar sobre los demás. Antes el orgullo no nos permitía asumir que nos equivocamos y ahora el orgullo nos hace diferenciarnos del resto, "superarlos" al menos hundiéndonos en actitudes autopunitivas. En el extremo son personas depresivas que intentan recuperar su sentimiento de orgullo a base de hundir a los demás de su alrededor. Intentan mostrar su orgullo siempre que pueden pero al ser incapaces de sentirse bien ellos consigo mismos, terminan buscando su satisfacción hundiendo a todo el mundo alrededor para forzar ese sentimiento de superioridad tan estimado. Pueden tener actitudes maniaco-depresivas con lo que respecta a ellos mismos o bien permanecer constantemente en actitudes depresivas y egoístas.
La culpa es natural, consecuencia del avance moral de nuestra conciencia, pero el remordimiento autopunitivo no lo es, es una reacción instintiva de reparar, por nosotros mismos, lo que no tiene ya remedio. Como si pudiéramos compensar al herido mostrándole nuestro propio mal autoinflingido. ¿Acaso el herido se debe deleitar en ello? ¿Acaso va a sentir su deuda reparada y su mal disipado? El orgullo nos crea la ilusión de poder reparar por nosotros mismos lo errado, pagando con la moneda que le es mas fácil (los pensamientos depresivos, auto-punitivos o de fracaso, son auto-realizables y siempre se producen con un 100% de éxito en nuestra mente con sólo desearlo). El remordimiento es un intento de nuestro orgullo (llamado antes orgullo negativo), de arreglar o compensar las Leyes Divinas, como si realmente pudiera. Al evidenciar que dicho sufrimiento no lleva a ningún lado bueno, nos vamos hundiendo en actividades cada vez más oscuras pero reforzadas por un orgullo, que actuando sobre nuestro Ego y sus mecanismos de evasión, nos modifica nuestra percepción de la realidad, mostrándonos un mundo a nuestro alrededor muy diferente, mas envilecido donde nosotros no quedamos tan mal.
La única salida es el ARREPENTIMIENTO sincero. Insistimos el remordimiento (re-morder) nos sitúa nuevamente en el pasado, el arrepentimiento es un acto de entrega, comienzo de la actitud de abnegación, es un acto de humildad que derrumba nuestro orgullo mas arraigado. Donde hay humildad, abnegación, fe y arrepentimiento, el orgullo se diluye purificándonos.
Fácilmente podemos entender las consecuencias de no reparar los sentimientos de culpa. Muchos de ellos, al no ser reparados, pasarán a formar parte del inconsciente de las vidas futuras, próximos atavismos de la culpa, hasta su disolución con el arrepentimiento, expiación y reparación necesarios. Cuando el inconsciente tiene un complejo de culpa fuertemente instaurado, este nos hace sentir un sentimiento de separación con Dios, con la unidad de un todo. Nos polariza. Un sentimiento de desamparo y de no merecer ser ayudado, es la consecuencia natural de sentirse culpable inconscientemente cayendo definitivamente en la desesperanza, concluyendo que: "La culpa nos desconecta de Dios". Cuando pensamos que no seremos ayudados por la divinidad o el destino, un sentimiento egoísta y lleno de orgullo se descubre en nuestro interior. Egoísta debido a la sobreactuación de nuestro mecanismo de conservación, el Ego; y orgulloso al no querer admitir ni la culpa ni sus consecuencias ampliando el sentimiento de separación entre nosotros y todo el universo que nos rodea, del cual, internamente, ya no esperamos colaboración. Este desequilibrio interior distorsiona el Ego hacia actitudes egoístas. Al no esperar ser ayudados ya no confiamos en Recibir y como consecuencia no seremos capaces de Dar o bloquearemos cualquier impulso caritativo que pueda menguar nuestras reservas materiales. "No podemos dar si no sabemos recibir" al igual que "No podemos amar si no sabemos ser amados". Para aprender a Recibir debemos recuperar la Fe y la confianza en lo alto, pero antes tenemos que disolver los sentimientos de culpa.
Todos tenemos múltiples sentimientos de culpa reprimidos en el inconsciente, desde el atavismo de culpa hasta deudas kármicas del pasado (incluso de vidas pasadas) que poco a poco tendremos que saldar con las diferentes pruebas que conllevan. Una forma de facilitar el proceso de curación interna es mediante el trabajo interior de la culpa. El arrepentimiento sincero derrumbará nuestro orgullo, que nos aferra al remordimiento, para que puedan aparecer y crecer la humildad y abnegación necesarias para la superación de la culpa y sus consecuencias. Con abnegación y humildad nos ponemos en las manos de Dios para saldar nuestras cuentas y purificarnos por los medios que El disponga. Muchas veces son grandes pruebas, causadas por grandes deudas, pero la entrega total a Dios nos permitirá sobrellevarlo gracias a la oración, que fortalece nuestra Fe, al hacernos conscientes de todo lo que conlleva para nuestra evolución y liberación. Después de alcanzar el arrepentimiento sincero con humildad y abnegación debemos sentirnos limpios de todo rastro de culpa. En este punto, y aún cuando todavía no hemos reparado la deuda, los terribles lodos que deja la culpa en nuestro inconsciente deberán ser limpiados. Cada vez que el sentimiento de culpa reaparece tenemos que reforzar el sentimiento de arrepentimiento sincero con humildad y abnegación hasta la completa sensación de limpieza espiritual. ¿Por qué una vez arrepentido completamente ya no tiene sentido sentirse culpable, aún sin haber reparado el mal realizado? Porque la única misión de la culpa es inducir el arrepentimiento sincero, la humildad y la abnegación (derrumbando el orgullo). Cuando esto ya se ha realizado volvemos al camino, largo todavía y con grandes pruebas evidentemente, pero no es momento de mirar al pasado y sí momento de llenarnos de esperanza porque es cuestión de tiempo, paciencia y Fe, que nos permitirá recibir las energías necesarias para sobrellevarlo, siendo así la deuda saldada. Cuando se está entregado a Dios no importa en qué punto del camino nos encontremos, lo importante es estar en el camino.
Después de disolver todo sentimiento de culpa o separación con Dios podemos volver a establecer la conexión con las corrientes benéficas fluídicas que envuelven toda la creación. En este momento tan esperado y deseado por nuestro espíritu, como la respiración propia del cuerpo, es el momento para dar un paso más allá. ¿Qué podemos hacer en un momento de conexión consciente con las corrientes benéficas divinas atravesándonos cuerpo, periespíritu y espíritu? La respuesta es IRRADIAR. Siendo un gran imán conectado conscientemente a la fuente divina, frente al pequeño imán comúnmente conectado inconscientemente (siempre hay conexión, sin conexión no hay existencia) podemos irradiar sin límites en favor de nuestro mundo, de los espíritus, de nuestros guías, de nuestros amigos y familiares; pero también en favor de nuestros enemigos encarnados y desencarnados, y por los que sufren. Con cada irradiación veremos como damos parte de nosotros, consecuencia de la trasformación de nuestra materialidad en energía espiritual al concentrar nuestra voluntad en irradiar Amor. Irradiando damos la energía divina mezclándose con nuestra propia energía, disolviéndonos en el mar de la creación, abriendo en nosotros el consecuente deseo de la fusión completa con la Unidad. Después de la fisión o ruptura de nuestra materialidad, de la irradiación de las energía propias y adquiridas en beneficio de los demás, podemos ascender hacia la fusión con la Unidad y el éxtasis, anhelo místico de todo espíritu en el camino de la Luz.